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La intolerable actitud del Gobierno con los abusos del independentismo

Sánchez no puede exigir subordinación de PP y C's a su tolerancia y blanqueamiento del independentismo al que él, y sólo él, adeuda su llegada a La Moncloa.

La intolerable actitud del Gobierno con los abusos del independentismo

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El independentismo catalán ha protagonizado un auténtico aquelarre durante todo el fin de semana, en el marco de la conmemoración de los atentados de Barcelona y Cambrills, lo que da cuenta de su falta de escrúpulos y de respeto hasta en las circunstancias más adversas.

La invitación de Quim Torra a "atacar al Estado español" corona una escalada de declaraciones, comportamientos y decisiones incompatibles con esa idea de "normalización" que, confundiendo los deseos con la realidad, pregona el Gobierno de Pedro Sánchez para camuflar, probablemente, la evidencia de que le debe su llegada a La Moncloa a esos mismos indeseables.


El boicot al Rey, la persecución de los ciudadanos que retiran lazos amarillos de espacios públicos, la renovación de la apuesta soberanista, la supresión insólita de la actividad del Parlament y la rehabilitación de políticos fugados como representantes institucionales del Gobierno catalán en lugares como Bruselas jalonan la actividad de la Generalitat en estos meses de "normalidad" que sólo ve Sánchez.

Blanquear al separatismo

Pero si todo es increíble, e incompatible con las obligaciones legales de quien es ante todo un representante de la Constitución por mucho que reniegue de ella, lo realmente lamentable es la respuesta de La Moncloa, siempre entre la negación de las certezas o el blanqueamiento de los abusos.

Que Torra proclamara su deseo de atacar a España, sea o no políticamente, ha tenido escasa respuesta del Gobierno, y la que ha tenido ha sido más para criticar las protestas del PP y de Ciudadanos que para repudiar al Govern e iniciar cuantas acciones de respuesta sean posibles al objeto de frenar semejantes excesos.

Señalar antes a Pablo Casado o Albert Rivera que a Quim Torra sitúa al nacionalismo en un clima de impunidad y a los constitucionalistas en otro de aislamiento frente a ellos, pese a que los primeros son pocos e ilegales y los segundos mayoritarios y, obviamente, con la ley de su parte.


Frente al soberanismo no basta con contar que, al final, el ordenamiento jurídico, institucional y social de España abortará sus ínfulas secesionistas. También es importante imponer un relato, hacer pedagogía y contraponer a sus excesos un discurso y una actitud que refleje el sentir de la España mayoritaria.

¿Y Sánchez?

Esto es, Sánchez debiera cuidar el bloque constitucional con arreglo a lo que éste tradicionalmente ha defendió, y no pedirle que se doblegue a las estrategias o necesidades que ahora él tiene con respecto a sus socios de moción de censura. Porque deslegitimar al independentismo es tanto o más importante que insistir en que sus fines son ilegales y por tanto nunca prosperarán.

Esto no depende de ningún presidente, que ni puede ni podrá negociar jamás la organización territorial de España; pero lo primero sí: y Sánchez, lejos de cumplir con esa obligación básica, está ayudando como pocos a que esas ideas perversas parezcan propias de una democracia moderna.

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