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La brutalidad de los lazos amarillos; la indiferencia de Sánchez para replicarlo

El lazo amarillo simboliza el objetivo totalitario del soberanismo contra el ciudadano que no piensa igual. Y la inacción del Gobierno, las deudas de Sánchez con Torra.

La brutalidad de los lazos amarillos; la indiferencia de Sánchez para replicarlo

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Existe una diferencia fundamental entre instalar lazos amarillos y quitarlos: lo primero invade el espacio público compartido, con la tutela cuando no el impulso de las propias instituciones catalanas; mientras que lo segundo es una simple respuesta cívica, individual y sin amparo, de ciudadanos anónimos que aspiran a restituir ese espacio común.

Más allá de cuestiones jurídicas y policiales, la guerra de los lazos simboliza como pocas cosas el carácter totalitario del soberanismo, su infumable sentimiento de propiedad de Cataluña y el desnortamiento de sus dirigentes institucionales: su manera de que sólo haya independentistas es, nada menos, echar de un modo u otro a quienes no lo sean.

La salvaje agresión a una mujer o la identificación del periodista Arcadi Espada, en un caso por retirar lazos y en el otro por repintarlos con los colores de España, culminan el contraste entre la impunidad desvergonzada de unos y la indefensión de otros.

Y sucede, de manera nada casual, mientras el presidente de la Generalitat clama en público por la separación y anuncia que no retrocederán "ni un milímetro".

¿Y el Gobierno?

Todo ello dibuja un escenario trágico para las libertades individuales, el Estado de Derecho y la simple convivencia del que sólo parece no darse cuenta el Gobierno, con su presidente a la cabeza: que Sánchez y sus ministros hablen de "normalidad" con Cataluña atiende en exclusiva a su necesidad de que así lo parezca para camuflar su indigno pacto con los nacionalistas, que le llevó al PSOE a La Moncloa.

El único que no quiere enterarse del acoso institucional en Cataluña es Sánchez. Por interés personal

La indiferencia inicial hacia el juez Llarena, instructor desde el Supremo de la causa principal contra el procés y diana de los ataques personales incitados por Puigdemont y sus secuaces; corona la indiferencia de Sánchez con unas gotas de indignidad que además le serán inútiles: el soberanismo no retrocederá, pero su Gobierno le ha blanqueado durante semanas pretendiendo esparcir la idea ante la opinión pública de que, con el nuevo presidente, todo había mejorado.

El ataque total, organizado y subvencionado del nacionalismo a todo aquel que no comparta su delirio no tiene parangón en Europa. Pero tampoco lo tiene la inane respuesta del Ejecutivo, instalado en la pasividad y dependiente de todos esos partidos para sacar adelante cualquier iniciativa que, en un contexto democrático elemental, prosperan cuando se tienen mayorías derivadas de las urnas y no de los despachos.

Amenazados

Las libertades civiles llevan mucho tiempo amenazadas en Cataluña por un nacionalismo salvaje y casi etnicista, pero lo verdaderamente preocupante es que no se sepa dar la respuesta que tal estrategia exige. Ganar tiempo y mirar para otro lado, como hace Sánchez, no está a la altura de las necesidades de España. Y tampoco de la defensa que, cada día, merecen pero no reciben miles de catalanes asfixiados por el supremacismo.