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Los "acuerdos" de Sánchez e Iglesias: entre el sectarismo, el error y el fraude

Un presidente sin votos y un 'vicepresidente' sin cargo proyectan un pacto que no se creen, ayuda al independentismo, ataca a la economía y promueve el revanchismo.

Los "acuerdos" de Sánchez e Iglesias: entre el sectarismo, el error y el fraude

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Aunque la hegemónica propaganda al servicio de un Gobierno sin el plácet de las urnas sea abrumadora, potenciada además por una RTVE volcada en el empeño, la reunión en Moncloa de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias arrojó un saldo inquietante en términos económicos, políticos e institucionales que agrava la ya de por sí inquietante situación de España.

Empezando por un clamoroso silencio sobre el asunto central que dos dirigentes políticos solventes debieran haber abordado en su encuentro y explicado a continuación a la opinión pública: Cataluña.

Ni una palabra dijeron al respecto de cómo abordar un conflicto que lo condiciona todo, a pocas horas del aquelarre que será la Diada del 11 de septiembre y apenas dos días después de que el líder formal del independentismo, Quim Torra, redoblara públicamente su desafío.

¿No hablaron de ello o hablaron y prefirieron no decir nada al respecto? Cualquiera de las dos opciones es lamentable, especialmente por proceder de sendos líderes que, lejos de posicionarse con la Constitución y enfrentarse política e intelectualmente al nacionalismo excluyente catalán, lo han alimentado y blanqueado pactando con él para llegar a La Moncloa o avalando, de manera indirecta o frontal, el inexistente derecho a celebrar un referéndum.

Que después de pactar y blanquear al separatismo no mencionen nada de Cataluña es inadmisible e inquietante

Es un fraude político, de primera magnitud, orillar el problema que más decisivamente afecta a la estabilidad de España, como lo es también anunciar -lo hizo Iglesias sin que nadie le desmintiera- una suerte de cogobierno de PSOE y Podemos desde el Parlamento.

Que el líder de Podemos se sienta y actúe como una especie de vicepresidente sin cartera pero con toda la influencia en el Consejo de Ministros es, de nuevo, la enésima alteración sanchista de la liturgia democrática que ya se ha visto con el asalto a RTVE, el bloqueo del Senado o la propia moción de censura, tan legal aritméticamente como inmoral conceptualmente al saltarse las urnas, pactar con los partidos que el propio presidente consideraba crucial aislar y negarse a continuación a convocar Elecciones.

Es evidente que la falta de legitimidad en origen de Sánchez y su pírrica realidad parlamentaria, con apenas 84 diputados y a más de cincuenta escaños del PP, le obligan a aceptarlo todo de sus socios coyunturales, que brindaron ese apoyo pensando exclusivamente en sus intereses, a menudo opuestos a los de España.

Doble dependencia

Que el PSOE dependa a la vez de su principal enemigo político, representante además de un populismo letal allá donde se ha impuesto; y del mayor agente desestabilizador de la España constitucional; lo dice todo de la escala de valores y principios de Sánchez y describe a la perfección la capacidad real de su Gobierno, un monigote al servicio de las peores causas.

Tampoco mejora la impresión el catálogo de medidas concretas, de carácter económico, anunciadas ayer: un demagógico canto al aumento del gasto público que, en un país lastrado por una deuda del 100% del PIB y necesitado con urgencia de una reducción del derroche de su mastodóntica y clientelar Administración Pública, sólo puede atenderse con otra subida de impuestos.

Es un fraude político gobernar con cualquiera, a cualquier precio, despreciando los votos y negándose a acudir a las urnas

Más allá de frases hechas sobre la apuesta por "recuperar derechos" o "revertir recortes" que acompaña las alocuciones habituales de Sánchez e Iglesias; su política económica consiste en decir mucho y no hacer nada o, cuando sí lo hacen, elegir el camino contrario a la creación de empleo y de riqueza al optar por subidas fiscales y más déficit.

Finalmente, la manera conjunta de reinventar la Transición y reflexionar sobre el corolario razonable a aquella emocionante ceremonia de reconciliación que fue; o sus advertencias a la Iglesia y su estabilidad financiera; añaden el punto de revanchismo sectario que completa un paisaje desasosegante y reclama a voces una convocatoria electoral.

No se puede aceptar, sin que al menos lo decidan los ciudadanos; un Gobierno dirigido por un presidente sin votos y apoyado por un vicepresidente sin cargo cuya agenda oscila entre la entrega al independentismo, la gestión económica populista y la venganza ideológica.

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