¿Qué hace el Rey siendo complaciente con quienes le quieren desalojar?
Felipe VI se ha ganado el afecto y resplado de la mayoría de los españoles por su firmeza. Por eso la Casa Real no puede ahora ser complaciente con quienes, a diario, buscan derribarla.
Felipe VI se ganó merecidamente la estima de una abrumadora mayoría de españoles cuando, hace poco más de un año, dio un memorable discurso en defensa de España cuando el independentismo catalán más esfuerzo ponía en romperla de manera ilegal, agresiva y contumaz.
Aquellas palabras, de algún modo, supusieron para el nuevo Monarca lo que el 23-F para su padre: ambos fueron visualizados como un símbolo y una garantía del imperio de la ley, la convivencia, los valores democráticos y, desde luego, el sentimiento nacional.
También lo percibieron así quienes, sobre todo desde el derrocamiento de Rajoy y su Gobierno, vieron en la Corona el último obstáculo para sus planes, distintos pero complementarios: la agresividad del soberanismo contra la Corona y el desprecio del populismo se han dado la mano, desde hace tiempo, en el objetivo común de acabar con ella para lograr sus objetivos.
El Rey no tiene que cuidar ni ayudar a quienes le agreden o miran para otro lado, sino a quienes entienden su papel
De un lado, esa República frentepopulista, cainita y radical que tiene poco que ver con el sistema que impera en países como Francia, Alemania o Estados Unidos, mucho más parecido sin la menor duda a nuestra Monarquía parlamentaria. Y de otro, la independencia a la fuerza de Cataluña, previa coacción a la mitad de los catalanes, asalto a las instituciones e indiferencia hacia el ordenamiento jurídico.
El nacionalpopulismo
Ante todo eso, unido a la inquietante certeza de que el nuevo presidente les debe el cargo a ambos extremos, la figura del Rey irrumpe como una especie de faro democrático y de dique de contención que recibe, por ello, todos los ataques imaginables: desde el desprecio público de la práctica totalidad de Podemos hasta el boicot institucional de la Generalitat, con la reprobación del Parlamento incluida.
Y todo ello con el silencio o la tibia respuesta de La Moncloa, que o bien comparte en el fondo el afán republicano guerracivilista de esa minoría, tan ruidosa como irresponsable; o bien tiene que aceptar sin rechistar los excesos del nacionapopulismo al que debe su llegada al poder.
Podemos denigra a la Corona y el separatismo la reprueba. Y todo con Sánchez mirando a otro lado o respondiendo con tibieza
Por eso mismo no se entiende que la Casa Real saliera en defensa de Sánchez ante un exceso o un error protocolario que en otras circunstancias no merecería grandes aspavientos pero en este contexto sí.
El Rey no tiene que agradar a quienes le agreden o toleran que le agredan, sino manifestar la misma firmeza que aquel 3-O cuando se ganó el respeto de casi todos por representar con dignidad y autoridad a una mayoría de españoles que se sintieron atacados y despreciados.
Y es a ellos a quien más tiene que cuidar la Corona, sin ambages, sin excesos en la respuesta, pero también sin complicidades inoportunas que no la van a librar de los ataques pero pueden aminorar el afecto que con tanto esfuerzo se había ganado.