Podemos se hunde por el sectarismo y el clientelismo de sus facciones
No existe ninguna batalla ideológica en Podemos, o no ahora ni en primer lugar. El pulso entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, como antes el de Manuela Carmena, obedece sobre todo al deseo que los tres tienen de controlar la organización a su antojo, incluir en las listas a sus amigos y excluir a sus rivales y, finalmente, hacerse con el control total del partido.
Es una dinámica clásica de los dirigentes de corte comunista y estalinista, deseosos siempre de gozar de un poder interno absoluto que, para lograr, requiere de constante purgas internas. Iglesias lo hizo con personajes como Carolina Bescansa y Luis Alegre y Carmena e Errejón lo intentan ahora con él.
Cuotas y ambiciones
La proliferación de marcas y facciones en Podemos -confluencias, círculos, mareas, etcétera- respondió desde el origen al deseo de garantizarse cuotas cada una de ellas, con unos resultados políticos nefastos para los ciudadanos allá donde han llegado a gobernar.
La purga del disidente y el cesarismo del líder explica el hundimiento de Podemos, sin diferencias entre ninguno de los protagonistas
La división interna y las luchas han caracterizado por ejemplo al gobierno de Carmena, responsable directa del despropósito existente en un Ayuntamiento dirigido por una auténtica banda política más próxima al ejército de Pancho Villa que a los encargados de gestionar la primera ciudad de España.
En el pulso definitivo entre Iglesias y Errejón nadie sale bien parado. El segundo huye del barco que ya le había ungido para competir por la Comunidad de Madrid, traicionando una confianza que aceptó, casi a dedo, a cambio de renunciar a un supuesto discurso alternativo que ahora recupera con ventajismo.
El naufragio
Pero el primero sufre en sus propias carnes lo que ha sembrado: el cesarismo más absoluto en una organización supuestamente distinta y participativa, coronado con unas decisiones personales faraónicas como mudarse a una mansión en la sierra o ascender a su propia pareja.
El resultado, que nadie se engañe, tiene poco que ver con la política y mucho más con las ambiciones personales de todos los protagonistas de una aventura política que naufraga con estrépito y a los ojos de todos.