3.2 millones de empleos públicos en el país del paro juvenil y femenino
La última Encuesta de Población Activa (EPA) ha hecho un retrato preciso de la situación de España, nada halagüeño y digno de tener en la memoria cada vez que un dirigente político, sea del partido que sea, reclame el voto para salir triunfante de las Generales del próximo domingo.
La destrucción de casi 100.000 empleos, un dato terrible y con pocos precedentes en estas fechas por mucho que el Gobierno y los sindicatos callen o le resten importancia, es solo la punta del iceberg de una economía que no va bien en un mercado laboral que, por ello, va a peor.
¿Campeones sociales?
La subida del SMI o las pensiones son campañas de autopromoción electoral si, a la hora de la verdad, tienen unos efectos perversos sobre el conjunto de la sociedad. Beneficiará mucho a Sánchez presentarse como el "campeón de lo social", un título oficioso que ya intentó asumir Zapatero, pero no hay nada más antisocial que el desempleo y el déficit, aumentados con ambos dirigentes.
El ajuste real de la deuda lo han hecho las pymes y las familias. Pero el Estado que lo creó, no lo paga y ahora se permite engordar sus gastos
¿De qué vale elevar el Salario Mínimo si la única manera de elevarlo, en la empresa promedio española (pequeña y esforzada), es suprimir puestos de trabajo para subir el sueldo de los que sobrevivan? Sin mejorar la productividad y las ventas, algo difícil para muchas por la imposibilidad de competir globalmente, no hay forma de crear empleo de calidad. Ni por decreto.
Pero si algo sintetiza el antagonismo entre los discursos y sus efectos, es el tremendo contraste entre el empleo público y el resto: mientras las cotas de paro femenino son de las peores de Europa y el segmento juvenil asume buena parte de la destrucción laboral (la mitad de los 100.000 empleos perdidos son de menores de 25 años); la Administración Pública crece en plantillas hasta rozar los 3.2 millones de personas.
El esfuerzo, de los mismos
Durante la crisis, el sector privado y las familias han reducido su deuda a la mitad, sin ayudas y en todo caso con obstáculos; mientras que el público la ha triplicado, en cifras aproximadas. Y el esfuerzo se sostiene, pero no el premio: éste se concede a una Administración que no ha pagado la crisis que originó ella misma, por la capacidad de presión política y sindical existente en ella. Así difícilmente España saldrá del perverso bucle en el que lleva años inmersa.