La única ultraderecha en España es la de Quim Torra y sus amigos
Si toda la insistencia que le ha puesto Pedro Sánchez en denigrar a Vox, al PP e incluso a Ciudadanos con la etiqueta de "ultraderecha" se la hubiera dedicado a quien realmente merece esa calificación, probablemente nunca hubiera sido presidente del Gobierno mediante moción de censura ni, después e impulsado por ese trampolín, tras ganar las Elecciones Generales del 26M.
La perversa utilización de ese concepto debería estar especialmente castigada en España, que debería conocer como pocos otros países las consecuencias de haber vivido una Guerra Civil culminada con el asentamiento, durante 40 años, de un régimen antidemocrático.
La herida que el combate entre hermanos y la represión posterior alojó en el alma de generaciones enteras de españoles obliga a los dirigentes del presente, como a pocos otros, a ser extremadamente cautelosos con estos términos. Sin embargo, el PSOE de Sánchez los ha utilizado como pocos y de la manera más abyecta.
Primero para estimular a Vox con el viejo recurso de hablar mal del nuevo partido pero muy a menudo para auparlo, intentando con ello debilitar al PP y en menor medida a Ciudadanos. Y después, una vez logrado ese objetivo, para estigmatizar cualquier acuerdo o entendimiento entre las tres formaciones que impida a los socialistas acceder a cualquier parcela de poder.
Que se entiendan
Mal harían PP, Cs y Vox en dejar de entenderse, allá donde las cuentas les salgan y logren sintonizar programas, por el temor a que la izquierda les dedique sus peores epítetos: aislarse del partido de Abascal, por ejemplo, no les librará del mismo mantra. Lo sufrió Rajoy, presentado en su día como el "líder más radical de la derecha europea"; lo han padecido PP y Cs cuando se han entendido en solitario y, en fin, lo soportarán siempre si ello les aleja del poder.
Para la izquierda actual, todo lo que le pueda impedir gobernar en cualquier sitio es "ultraderecha". PP, Cs y Vox no deben consentirlo
Pero puestos a hablar de ultraderecha y de fascismo, el PSOE lo tiene bien sencillo: basta con que mire a algunos de los partidos a los que utilizó o con los que se entendió en la primera legislatura exprés de Sánchez, con el de Quim Torra y Carles Puigdemont a la cabeza y el de Otegi a su lado.
El independentismo catalán es supremacista en su conjunto, como el propio Sánchez reconocía antes de necesitarlo, y ésa es una de las condiciones inherentes al fascismo. El uso de la violencia o la comprensión hacia ella también lo son, por mucho que se disfracen de ropajes antisistema o se apele a la República: Bildu, los CDR o la propia ERC son radicales, y mucho más peligrosos desde luego que Vox, Cs o el PP.
La ultraderecha disfrazada es otra
Puestos a imponer cordones sanitarios, todos los partidos constitucionales que de verdad se digan democráticos, lo tienen sencillo: cualquier fórmula de entendimiento entre ellos será válida, guste más o menos; y la exclusión de los partidos citados debiera ser una decisión compartida.
Porque en España, efectivamente, hay ultraderecha y hay vestigios de fascismo. Se les reconoce fácil, además: suelen ser los primeros en presentarse a sí mismos como "antifascistas".