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EDITORIAL

El insoportable espectáculo del mercadeo de puestos en la Unión Europea

El insoportable espectáculo del mercadeo de puestos en la Unión Europea

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Europa tiene un serio problema político, además de económico, que se muestra incapaz de afrontar y resolver. Y la cumbre de Bruselas, lejos de ser el inicio del remedio, es la plasmación de su crisis. Porque lejos de servir para afrontar las dolencias casi endémicas que afectan al Viejo Continente, sumido en una crisis de identidad y carente de pulso internacional, se está dedicando a un impúdico mercadeo de puestos y conjuras entre los distintos dirigentes.

Que todos los Estados concentren sus energías en un burdo reparto de cargos, que al final ocuparán personas desconocidas por la inmensa mayoría de los ciudadanos afectados luego por sus decisiones, lo dice todo dela endeblez de un proyecto único, positivo y necesario que languidece sepultado por la burocracia, la falta de pujanza y la ausencia de una brújula.

¿Y las amenazas?

¿Qué más da quién presida el Parlamento o la Comisión o quién sean Comisarios y de qué nacionalidad si ninguno de ellos, ni de los bloques ideológicos que los impulsan, tienen un discurso reconocible y claro para atender las evidentes amenazas en ciernes?

¿Acaso importa que Macron se imponga a Merkel o a la inversa si mientras el Brexit sigue en marcha, el auge de los nacionalismos crece, la emergencia migratoria no se atiende y Europa pinta poco en el eje protagonizado por Estados Unidos y China con Rusia y las potencias emergentes?

Europa es una gran proyecto, pero sus dirigentes son unos incapaces que amenazan el futuro de la Unión

¿Qué más da quien represente a millones de europeos si toda la política para entender el auge del populismo en Polonia, Hungría, Francia o el Reino Unidos consiste en descalificarlo con caricaturas?

¿De qué sirve una Unión que funciona económicamente a base de reiteradas inyecciones del Banco Central o responde al independentismo catalán, contagioso en otros frentes, convirtiendo a Puigdemont en un refugiado protegido en Bélgica?

Trump sonríe

El espíritu europeo no existe, como sentimiento compartido, pero las pocas concreciones que sí tiene, caso del programa Erasmus, demuestran su vigencia y necesidad. Porque se trata de defender el mayor espacio de libertad, ilustración y cultura que nunca haya generado la Humanidad. Y las instituciones europeas no saben hacerlo ni, al parecer, tiene en previsión ponerse a ello

Les resulta mucho más sugerente el cambalache de puestos, probablemente con Donald Trump y los Estados Unidos mirando el espectáculo con una mezcla de desprecio y delectación, consciente de que, al menos por Europa, no va a tener ni un competidor ni un socio ni un contrapeso.

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