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EDITORIAL

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias juegan al gato y el ratón con España

Sánchez e Iglesias solo se han entendido desde 2015 para agitar la política, derribar a rivales y lograr cuotas de poder: cuando es para construir, priman sus urgencias personales.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias juegan al gato y el ratón con España

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En una variante del mismo bucle político eterno que lo impregna todo en España desde 2015, la agenda y los intereses de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias vuelve a marcar la actividad de un país que, simplemente, no se puede permitir tanto devaneo.

Ambos juegan de farol, pues de un modo u otro se necesitan, pero lo hacen apostando con necesidades y expectativas ajenas, resumidas en un lamentable tira y afloja que tiene poco que ver con la lógica política y mucho más con los intereses personales.

¿Ahora es malo consultar?

El papel de Sánchez, una vez más, está marcado por la contradicción más flagrante y el cinismo más sonrojante, pues intenta convertir en un cheque en blanco el mismo resultado con el que él obligó a Rajoy a repetir Elecciones. Y, a más inri, criminaliza en Podemos el mismo mecanismo de consulta a la militancia que él utilizó, igual de arteramente, para hacerse con el control del PSOE.

Sánchez e Iglesias llevan agitando la vida política desde 2015 y ahora son incapaces de entenderse

Por parte del dirigente de Podemos, el paisaje no mejora. Nada se sabe de su programa, sus propuestas y sus intenciones; más allá de una impúdica exigencia de sillones que parecen percibirse como un mero escudo para protegerse de la respuesta interna y garantizarse un confort vital personal.

Urgencias personales

Que los dos dirigentes que más se han caracterizado por juntar fuerzas para lograr cuotas de poder, desalojar a rivales y agitar las reglas del juego institucional sean incapaces ahora de entenderse, cuando más fácil es aritméticamente, les define a ambos y demuestra que todos sus discursos previos sobre la unidad, la participación o el entendimiento respondían en exclusiva a sus urgencias y no a la convicción.

Y si al final se entienden, sea ahora o en septiembre, no será por responsabilidad, sino por temor a que otras Elecciones Generales, las cuartas desde 2015, les pasen factura a los dos o a uno de ellos. Ni el acuerdo ni el desacuerdo, pues, obedecerán a intereses colectivos, sino a urgencias personales. Las que siempre han presidido las decisiones y discursos de los dos dirigentes.

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