Sobre Plácido Domingo, las agresiones sexuales y los linchamientos públicos
La lucha contra las agresiones sexuales debe ser prioritaria, pero sin reducir las garantías de cualquier procedimiento legal. No puede condenarse sin más a nadie.
Plácido Domingo se ha sumado a la larga lista de hombres poderosos denunciados públicamente por mujeres que aseguran haber sufrido acoso sexual, en una acepción ciertamente repugnante: la de esos indeseables que, abusando de su posición y a cambio de promesas laborales, obtienen atenciones forzadas de sus víctimas.
Es una acusación muy grave y, precisamente por ello, ha de estar bien soportada para darse por cierta y difundirse, pues si grave es abandonar a una víctima, peligroso es reducir las garantías de cualquier ciudadano antes de ser señalado, acusado y finalmente condenado.
Las mismas exigencias
En este caso, se repite una secuencia inquietante: las denuncias suelen ser anónimas, los hechos sucedieron supuestamente lustros atrás y la aportación de pruebas es inexistente. Por mucho que nos repugnen los delitos sexuales, antes de darlos por ciertos hemos de aplicar las mismas exigencias legales que a cualquier otro tipo de abuso.
La sociedad tiene pendiente encontrar la forma para proteger a las víctimas sin destrozar de antemano a nadie
Y de momento, eso no ha ocurrido en el caso del tenor español, convertido de repente ante la opinión pública mundial en una especie de sátiro desatado al que conviene suspender incluso las galas y conciertos que tenía previstos.
Linchamientos públicos
Ni en el caso de que, finalmente, se demostrara la culpabilidad de Domingo, variaría la impresión de que la sociedad tiene pendiente aún encontrar la fórmula para proteger a las mujeres sin relajar los procedimientos legales imprescindibles para que las acusaciones las hagan los jueces y no lo tribunales mediáticos y callejeros.
La palabra de una víctima de este tipo de abusos ha de ser suficiente para iniciar una investigación, pero no para desatar un linchamiento público que presente a Domingo, o a cualquiera de su especie, como un delincuente voraz que pierde, de un plumazo, todo el crédito ganado durante años y años de aparentemente impecable trayectoria.