El Gobierno hace el ridículo preso de su demagogia con el Open Arms
La migración en general es uno de los grandes desafíos a los que se enfrenta Europa, que es particularmente visible cuando se registran episodios como el del Open Arms, epítome de un problema mayor que alcanza su cénit dramático cuando se mezcla el salvamento, la crisis humanitaria y el pulso político.
Sobre este tipo de episodios, conviene insistir en la diferencia entre un naufragio y un traslado: ante el primero hay que actuar, sin más, y de hecho se hace cada día desde las unidades desplegadas por los distintos países, incluida España, en las zonas marítimas más sensibles: cientos de personas salvan la vida casi a diario gracias a un servicio esencial que nadie discute.
Cosa bien distinta es gestionar el traslado en barco de seres humanos que, por lo general, previamente han emprendido la expedición tras abonar notables cantidades de dinero a las impúdicas mafias que trafican con la esperanza de una vida mejor, que solo se pueden permitir buscar aquellos que, por salud y recursos, tienen una situación personal algo mejor que la habitual en sus deprimidos entornos.
Descapitalización en el origen
Sobre esto, el consenso y la respuesta no pueden ni deben ser las mismas, pues existe la posibilidad de que un mal entendido humanitarismo unilateral se convierta, en realidad, en la plataforma de esas organizaciones mafiosas que hacen negocio con la vida ajena.
Y no es baladí preguntarse, además, si la descapitalización humana de tantas poblaciones africanas es precisamente saludable: si salen de allí los más fuertes y con mayores recursos dentro de la miseria, ¿quién va a tirar de esos rincones tan necesitados de otra ayuda?
Sánchez es ahora rehén de su propia demagogia, estrenada con el Aquarius y detonada con el Open Arms
Ni Open Arms ni nadie puede decidir, pues, cómo se gestiona una crisis necesitada de una respuesta estructural de la Unión Europea que solo puede ser operativa si, simplemente, encuentra la manera de que tantos miles de personas no necesiten venir a Europa a cualquier precio.
Pero en ese contexto, tampoco ayuda nada la actitud del Gobierno de Pedro Sánchez, que lo mismo hace una cosa con el Aquarius que otra opuesta con el Open Arms para, al final, quedarse a medio camino de ambas opciones, en tierra de nadie.
La propaganda barata
Si algo le sobra a la gestión migratoria es demagogia, y eso es precisamente lo que ha presidido las decisiones del Ejecutivo socialista, siempre dispuesto a ganarse titulares que le presenten como único valedor de los derechos humanos, en confrontación con una inexistente derechona poco menos que xenófoba y sin corazón.
De ser cierto que exigir o desarrollar una política migratoria respetuosa simplemente con las leyes vigentes es de ultras, Sánchez es ahora un ultra. Obviamente no lo es, pero su insoportable tendencia a hacer de todo un acto de propaganda indiscreta, al menos merece un reproche sonoro. Con titulares facilones no se salvan vidas ni se gestiona un gran problema. Y el propio líder socialista ya ha tenido la ocasión de comprobarlo.