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EDITORIAL

El traslado de Franco como lamentable arma política en pleno siglo XXI

La salida de Franco del Valle debía de ser el remate a una ceremonia de reconciliación nacional fraternal, y no la resurrección de la funesta España de las trincheras.

El traslado de Franco como lamentable arma política en pleno siglo XXI

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Seguramente el traslado de los restos de Franco debiera ser el remate definitivo de esa ceremonia de la reconciliación que fue la Transición, un hito histórico con pocos precedentes mundiales que llevó a un país divido, enfrentado en una trágica Guerra Civil y regido por una Dictadura durante 40 años a hacer las paces consigo mismo.

Y hubiese sido magnífico que ese momento se hiciera dejando la misma estampa que, este verano, dejaron para la posteridad los presidentes de Francia y Alemania, Macron y Merkel, cogidos de la mano frente a la llama que simbolizaba la nueva hermandad de dos países que sufrieron o hicieron sufrir un calvario a millones de personas en la Segunda Guerra Mundial.

No es discutible, pues, la necesidad de evitar que exista un espacio consagrado al ensalzamiento de una figura que simplemente simboliza a una de las dos Españas y que, por tanto, avala la existencia de la otra para anularse ambas o eternizar un conflicto que simplemente ya no existe.

La cuestión es cómo se hace eso para mantener el legado y el esfuerzo de las generaciones que sí vivieron las penalidades de aquella época y decidieron, con la grandeza típica de quienes sufrieron y valoran como nadie el progreso, tapar las trincheras y construir puentes.

El consenso y la sensibilidad que requería la exhumación de Franco no son, pues, ni un homenaje a su figura ni una rehabilitación de su trayectoria, sino el broche necesario para que, en lugar de rematar con grandeza la reconciliación nacional, se recupere el frentismo.

La sensibilidad que requería la exhumación de Franco no es ni un homenaje a su figura ni una rehabilitación de su trayectoria, sino el broche necesario para que, en lugar de rematar con grandeza la reconciliación nacional, se recupere el frentismo

Y eso es lo que primero Zapatero y después Sánchez han buscado con ahínco, renunciando a un viaje colectivo de la España democrática, que permita la rehabilitación de las víctimas sin señalar a nadie como verdugo, para imponer un camino de trincheras y divisiones que rememore aquella frustrante división entre hermanos.

Antifranquismo sobrevenido

La unanimidad de derechas e izquierdas del Congreso a principios del siglo XX para repudiar la Dictadura y consagrar la fraternidad entre españoles o las resoluciones del Comité de Sabios sobre el uso futuro del Valle de los Caídos eran la brújula que debiera haber marcado las decisiones y el discurso de un Gobierno sensato y conocedor del pasado.

No pertenecen a esa categoría los dos últimos presidentes socialistas, al menos en este asunto, incapaces de entender que colgarse una medalla por su antifranquismo sobrevenido es un acto de partidismo de escasa altura política.

Franco debía salir del Valle de los Caídos y este espacio debe consagrarse a todos, sin duda. Pero no así ni con esa zafia intención política de tanto desmemoriado con ganas de trinchera.

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