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EDITORIAL

Si los violentos son pocos, ¿por qué no dejan a la Policía disolverlos?

Sánchez ha pedido y recibido lealtad y respaldo. Todos se lo hemos dado, pero él también se los debe al resto y no puede seguir mirando para otro lado en Cataluña.

Si los violentos son pocos, ¿por qué no dejan a la Policía disolverlos?

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El relato oficial del Gobierno, amplificado por las televisiones de manera casi unánime, intenta presentar la violencia desatada en Cataluña como una manifestación aislada achacable a unos cientos de descontrolados. Y lo hace además insistiendo en que ya va remitiendo y destacando, de una manera machacona, en el supuesto pacifismo del movimiento soberanista.

Todo ello es una falacia descomunal, que no se sostiene con los hechos y las cifras en la mano, y que obedece al interés estricto de Pedro Sánchez, pero no de España ni desde luego de Cataluña. Y mucho menos de los millones de catalanes coaccionados en sus propias casas o de los agentes de los Cuerpos de Seguridad, nacionales o autonómicos, obligados a soportar las agresiones sin poder apenas reaccionar para evitar acusaciones de represión que, no obstante, sufren de todas formas.

Es inadmisible que, tras pedir y recibir el respaldo y la lealtad de todos -que este periódico le concedió-, el líder socialista ejerza más de candidato electoral que de presidente en funciones y, en lugar de atender la emergencia nacional con diligencia y honestidad, se limite a hacer cálculos tácticos de qué le puede interesar más o menos para llegar a las urnas sin achicharrarse.

En el viaje de obtener lealtad, algo necesario en tiempos de zozobra va incluido tenérsela a sus rivales y desde luego al conjunto de la ciudadanía. Que ve atónita cómo la misma élite soberanista que lleva años fracturando la convivencia y pisoteando la ley, ha incentivado una ola de violencia feroz que es cualquier cosa menos residual. Si de verdad lo fuera, ¿por qué no se disuelve?

El independentismo en su conjunto tal vez no sea violento, entendiendo el término como uso de la fuerza y la agresión física, pero no es desde luego pacífico: no puede serlo, por definición, saltarse la Constitución, enfrentar a la sociedad, alimentar el alzamiento, malversar las funciones de las instituciones y provocar un enfrentamiento constante y rupturista en un espacio de libertad, democracia y derecho como es España y la Unión Europea de la que forma parte.

El separatismo no es todo violento, pero nunca es pacífico. Y Sánchez no puede seguir mirando a otro lado por ello

Y los radicales no son más que el clímax de ese fenómeno. Jamás existirían ni actuarían con esa impunidad de no contar con la plataforma que ha creado y movilizan los Torra, Puigdemont, Junqueras y demás cabecillas del llamado procés.

Barcelona en llamas

España se enfrenta a un desafío descomunal que pone en solfa sus estructuras colectivas e individuales más esenciales. Y ese pulso está encarnado por cientos de encapuchados salvajes e inspirados por cargos públicos y partidos políticos incompatibles con la democracia. Le venga bien, mal o regular a Sánchez aceptar la magnitud del problema y aplicar las soluciones que tiene a su alcance, lo correcto es hacerlo.

Y no lo está haciendo. La imagen de Barcelona en llamas, miles de vecinos secuestrados en sus propias casas y decenas de policías arrojados a una trampa es intolerable y no se maquilla, desde luego, con una ristras de eufemismos ni con un aparato de propaganda televisivo tan alejado de la realidad como inútil para persuadir a los ciudadanos de que no es verdad lo que pueden comprobar con sus propios ojos.

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