El cine español se daña a sí mismo con el entreguismo político de sus estrellas
España es rica y variada y su cine también: pero sus máximos referentes han decidido convertirlo de nuevo en una trinchera sectaria a favor de los mismos de siempre.
La gala de los Premios Goya ha vuelto a poner de manifiesto, tras unos años de cierta contención, el sometimiento del mundo del cine español, o de la élite que lo representa para ser más precisos, a una ideología concreta que ahora percibe instalada en Moncloa.
Que el máximo triunfador de la noche, Pedro Almodóvar, dedique una parte de su discurso a animar y a reconocer a Pedro Sánchez, presente en la ceremonia, resume a la perfección esa complicidad de un mundo que tiene espectadores tan heterogéneos como, a lo que se ve, autores tan monolíticos.
Más que ideología, el cine español ha sufrido un problema de sectarismo, comprando, ampliando o induciendo algunos de los interesados mantras de la izquierda partidista, a menudo creados con el exclusivo objetivo de ganar a sus rivales.
Que en lugar de frenar esa deriva, demostrando que la cultura es cualquier cosa menos trinchera, ciertos actores y directores la hayan magnificado, resulta lamentable y acaba dañando a un sector que sin embargo es clave.
Una plataforma sectaria
Porque además de su peso en términos laborales, con 10.000 empleados aproximadamente, el cine español retrata y proyecta a España, con sus dudas y problemas, pero también con sus virtudes e identidades. ¿Por qué hacer incómodo u ofensivo para la mitad de los españoles algo que en realidad es una especie de espejo de todos?
Tal vez porque ha dejado de serlo, para convertirse demasiado a menudo en una plataforma política y en una excusa para que pseudocreadores de toda laya compensen su falta de talento con sectarismo y aspiren con ello a una subvención.