¿Qué tiene entre manos el Gobierno de Sánchez e Iglesias con Maduro?
España acumula escandalosos episodios internacionales con Venezuela de protagonista, que ponen en jaque su prestigio internacional. Las explicaciones urgen y son obligatorias.
La oscura relación de Gobierno español con Venezuela es ya un asunto de relevancia internacional que ocupa la atención de Europa y Estados Unidos, amén de algunos países relevantes de Latinoamérica como la Bolivia posterior a Evo Morales.
Y que está repleta de insólitos episodios, a cual más chusco y misterioso. Primero fue el extravagante asalto a la embajada mejicana en La Paz, de cuyas razones se han hurtado a la opinión pública las más elementales explicaciones y, no digamos, la investigación formal y a fondo de los hechos, impropios de un país europeo buen conocedor de la liturgia diplomática.
Y después, pero en una línea de continuidad evidente, el llamado Delcygate, plagado de sombras y necesitado de urgentes explicaciones en sede parlamentaria. A la inaceptable complicidad con una delegada del sátrapa Nicolás Maduro se le suma la cadena de mentiras del ministro Ábalos, protegido por un Sánchez silencioso, y el desprecio a Juan Guaidó, reconocido por España como presidente legítimo de Venezuela.
Entre medias, la escabrosa y reiterada presencia del expresidente Zapatero junto al propio Maduro y la célebre Delcy Rodríguez prefigura un escenario de inaudita alianza, que no se puede desmontar desde el acto de fe. Y mucho menos cuando una parte significativa del Gobierno está conformada por Podemos, un partido cuyos líderes nacieron, crecieron y se financiaron al calor del chavismo.
Las explicaciones hurtadas a los españoles son en sí mismas un escándalo, pero también un desprecio a la comunidad internacional, cuya discreción no debe confundirse con indiferencia: a buen seguro que todas las cancillerías occidentales han tomado buena nota de los devaneos españoles con un régimen aislado, con las consecuencias de todo tipo que eso siempre tiene en términos de credibilidad y económicos.
La exclusión de España del papel de locomotora de Europa que, junto a Francia y Alemania, debía ejercer tras el Brexit, parece una consecuencia directa de ello. Y lo sea o no, con parecerlo es suficiente.
Mientras, preguntarse qué tiene entre manos Sánchez para comportarse de esta manera, dando un nefando volantazo al papel tradicional de España en el mundo, no solo es legítimo: es imprescindible y mal haría el Parlamento en no obligarle a dar todas las respuestas.