Irene Montero y las minifaldas
La ministra de Igualdad que persiguió a las azafatas de Motos GP por usar minifaldas se permite señalar a toda la Policía por su comportamiento ante las denuncias sexuales.
Con la frivolidad que le caracteriza, la hora ministra Irene Montero ha acusado a la Policía Nacional, nada menos, de preguntar por el uso de la minifalda a mujeres que se habían personado en Comisaría a cursar una denuncia por agresiones sexuales.
La titular de Igualdad hizo semejante afirmación en directo, en un programa de televisión de gran audiencia, sin mostrar ningún dato y sin el más mínimo respeto por la verdad: simplemente tiró del manual de activista para, con el fin de presumir de sus valores y compromiso, extender una mancha sobre el Cuerpo y asustar a las mujeres que se encuentren en ese trance.
Es difícil ser más irresponsable que Montero y proferir una barbaridad tan grave, sin nada que lo soporte: no hubiese tenido un pase ni siendo diputada rasa en el Congreso, pero alcanza la categoría de escándalo al tratarse de una ministra del Gobierno de España.
¿Y Marlaska?
Solo Marlaska rivaliza con Montero en desdoro, pues si una señala en falso a los policías que atienden estos casos con infinita sensibilidad, el otro ha sido capaz de salir en defensa de los servidores públicos que están bajo su mando como ministro del Interior.
Resulta indignante, sin más, que quienes más han de hacer por preservar la imagen lo empleados públicos más contribuyan a su deterioro. Y es inaceptable, además, que se extienda una sospecha que puede afectar a la voluntad de denuncia de las víctimas. ¿Para qué van a ir a la Policía si, según la ministra de Igualdad, allí van a ser humilladas?
Si conviene resaltar que quienes han estigmatizado el uso de la minifalda y de prendas similares han sido, precisamente, Irene Montero y otras como ella. Porque señalaron a las trabajadoras de circuitos de Fórmula 1 o Motos GP por usarlas libremente, conviritiéndolas en meros objetos sexuales y provocando la eliminación de sus funciones.
Protegieron a mujeres que no lo habían pedido de una amenaza que no sentían ni existía, y les hurtaron el trabajo que las daba de comer. Y todo por llevar minifaldas y trajes, en general, que a sus ojos les resultaban pecaminosos o cosificadores.
Que una ministra con ese currículo neopuritano e invasivo se permita proferir esas boutades de la Policía y no dimita ni la hagan dimitir, refleja el estado de degradación de la política en nuestro país. Si quiere centrarse en abusos sexuales de verdad, que mire a Baleares: allí ocurren, con menores y en centros públicos, mientras ella, el Gobierno de España y el insultar miran para otro lado con infinita desvergüenza.