Por qué es imposible el diálogo de Sánchez con los independentistas catalanes
El autor, socialista histórico y jurista de prestigio que llegó a Fiscal General, lanza una advertencia sobre la deriva de España en tiempos de coronavirus.
La enfermedad contagiosa del coronavirus no nos debe subestimar la enfermedad incurable (Ortega y Gasset), y crónica (Azaña), del secesionismo catalán, que también padece España, cuya curación pretende el Gobierno de coalición a través de un diálogo imposible. Como ha escrito Elorza, “diálogo” significa intercambio de opiniones entre dos sujetos, si se quiere con el fin de superar una desavenencia.
Pero no cabe hablar de diálogo cuando uno de ellos tiene ya adoptada una posición inmutable y la relación con el otro se limita a hacer efectiva su pretensión de imponerla, sin modificación alguna. Tal es el caso del independentismo catalán que no renuncia al inexistente derecho de autodeterminación en el derecho nacional y en el derecho internacional, y a la amnistía, vedada por la Constitución, para los presos condenados por sedición por el Tribunal Supremo.
La llamada al diálogo se convierte en una pura y simple operación de propaganda política, para Sánchez, que no cree en el diálogo, pero lo mantiene a ultranza para permanecer a toda costa en la Moncloa, y para Torra y ERC, que les permite ganar tiempo para que el “adoctrinamiento”, “envenenamiento”, como lo denominó Santiago Ramón y Cajal, facilite la independencia, según su hoja de ruta “hoy paciencia, mañana, independencia”.
No se debe ignorar que “los nacionalismos, todos ellos, no son una ideología política, sino una religión, que es lo que hace posible que convivan en su seno personas de pensamientos tan diferentes” (Pareja, el Plural, 11-11-015).
Como ha escrito Alfonso Goizueta, «Es vital que Sánchez comprenda que el apaciguamiento es inútil, que la meta volante de la independencia jamás desaparecerá». «No se puede dialogar con un cocodrilo cuando tenemos la cabeza en su boca”, reza la frase atribuida a Winston Churchill, quien durante los años treinta auguró que Hitler no se iba a dar por saciado nunca.
La historia advierte de que apaciguar únicamente aumenta las ansias del apaciguado, el cual considera que nunca dejará de obtener ventajas mientras presione. Con cada concesión se verán más cerca de lograr la independencia, y, por lo tanto, redoblarán sus esfuerzos por, primero, acercarse más a ella a base de debilitar al Estado, y, segundo, conseguirla enfrentándose directamente al Estado cuando esté débil.
Con condenas
Solucionar la cuestión catalana con diálogo, como quieren desde Moncloa, implicaría aumentar el número de competencias transferidas, entregando a los secesionistas la independencia de facto para que así dejen de buscarla de iure”.
El presidente y los miembros del Gobierno de la Generalitat fueron condenados por el Tribunal de Garantías Constitucionales, por el delito de rebelión militar contra la República el 6 de octubre de 1934, a treinta años de prisión, y la autonomía catalana fue suspendida indefinidamente por una ley presentada a las Cortes por el Gobierno de la CEDA con Lerroux.
Prueba irrefutable del fracaso histórico de la política de diálogo y apaciguamiento, es que, -a pesar de que los independentistas catalanes fueron amnistiados por el Frente Popular, liderado por el PSOE de Largo Caballero, dejando impune la citada rebelión, y restaurando la vigencia del Estatuto, y de que incorporó a 6 ministros de ERC y a varios anarquistas a los gobiernos del Frente, entre ellos, a Companys, condenado por rebelión militar, como ministro de Marina, introduciendo el caballo de Troya contra la República,- traicionaron a la República ( la palabra traición es de Azaña) durante la guerra civil, como denunciaron Negrín, en noviembre de 1938, con ocasión del Consejo de Ministros celebrado en Pedralbes; y Azaña, en los artículos escritos en Collonges-sous-Saléve ( Francia) en 1939 : “Cataluña en la guerra, y la insurrección libertaria y el «eje» Barcelona-Bilbao.
He vendido sosteniendo, prácticamente en solitario, que los independentistas vizcaitarras y catalanes, fueron los causantes, entre otros conocidos factores nazi-fascistas, de la destrucción de la II República, al precipitar su derrota y frustrar la política de resistencia de Negrín que la hubiera salvado.
Esta tesis la ha confirmado el historiador Antonio Ramos Oliveira, muerto en el exilio mejicano, considerado el mejor pensador que ha tenido el socialismo español, ignorado por sus correligionarios actuales. En el tercer volumen de su Historia de España, con el título “Un drama histórico incomparable. España 1808-1936”, sostiene que “el hundimiento de la Segunda República se produjo porque pesaron más los intereses políticos y económicos que tendían a desintegrar España, que las iniciativas culturales que intentaban unirla.
La falta de apoyo de la burguesía catalana la II República fue lo que motivó el proceso de desintegración nacional y su fracaso. La experiencia demuestra que cuando se inicia una revolución concediendo autonomías, fracasa la revolución y las autonomías. La guerra civil no fue de España contra Cataluña, sino de Cataluña contra España”.
Por eso comprendería que se defienda una III República, ahora que la Monarquía atraviesa un momento difícil, si no fuera porque los nacionalistas independentistas catalanes, quieren su proclamación para conseguir la independencia, a pesar de que carecen de legitimidad histórica para ello al haber traicionado en la contienda fratricida a la II República, que se definió como un Estado Integral, que solo aprobó el Estatuto de Autonomía de Cataluña y el País Vasco, competencialmente muy inferiores a los actualmente vigentes. Comparto la opinión del profesor catalán F. de Carreras cuando afirma que “ERC ni es republicana ni de izquierdas, sino sólo independentista”.
La "peste"
El historiador de las ideas y filósofo político británico Isaiah Berlín ha escrito que “el nacionalismo secesionista es la más poderosa y destructiva fuerza de nuestro tiempo”, advirtiéndonos que el nacionalismo sería la previsible respuesta a la globalización.
El escritor austríaco Stefan Zweig, en su libro de imprescindible lectura “El mundo de ayer”, ha escrito que “he visto nacer y expandirse el fascismo en Italia, el nacional socialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo que envenena la flor de nuestra cultura europea”, que no se combate con el diálogo estéril, sino con todos los instrumentos legales que establece la Constitución.