Un Gobierno a la deriva envuelto en mentiras y en propaganda vacía
Nadie ha recibido tanto poder y tanta lealtad como Pedro Sánchez, y nadie la ha derrochado como él con una mezcla de errores y estrategias indignas del momento trágico.
Nunca en España un presidente ha tenido en democracia tal poder “incontrolable” durante tanto tiempo. Y, tampoco, jamás, un cheque en blanco de la oposición como el que Pedro Sánchez está disfrutando a lo largo del terrible drama del coronavirus.
Sin embargo, lejos de utilizar las amplísimas competencias que el estado de alarma le ha concedido y la sincera -y revalidada- unidad que le han expresado Pablo Casado, Santiago Abascal e Inés Arrimadas para concertar las medidas necesarias con las que ganar la batalla al Covid-19, Sánchez sigue empeñado en una huida hacia adelante.
Parece buscar, por encima de todo, construir su “relato” político y esconder así una gestión llena de negligencia, temeridad, imprevisión, mentiras y caos. Términos, por cierto, que dibujan a la perfección al ministro de Sanidad, Salvador Illa.
Sánchez no solo cuenta con la lealtad de los partidos constitucionalmente obligados a controlarle. Que así es. También le han ofrecido un inédito cierre de filas los presidentes autonómicos, los alcaldes, los presidentes de diputaciones y los agentes sociales.
Pero, al margen del obligado examen que ha de llegar cuando se doblegue al virus mortal, exigiendo responsabilidades y probablemente dimisiones, comienza a ser legítimo plantearse si no es hora además de elevar el listón de la crítica política y mediática.
El último ejemplo del retorcido uso que La Moncloa está dando a su omnímodo poder ha sido el cierre total de la actividad económica sin consultar ni a los presidentes autonómicos ni a los empresarios. Hace apenas dos días, el Gobierno tachaba de irresponsables a quienes defendían esa medida.
Los líderes regionales se tuvieron que “tragar” este sábado, 24 horas antes de la reunión telemática con el presidente, el sapo del decreto de actividades esenciales. Lo había filtrado previamente el Gobierno a la prensa afín, y lo anunció por sorpresa el propio presidente en una nueva edición de ese “Aló presidente” con el que la maquinaria publicitaria de Iván Redondo intenta disimular la parálisis, la falta de medios y los errores contra la pandemia.
Tal vez Sánchez crea que lo que está sucediendo en estas dos últimas semanas y lo que resta por llegar son un capítulo más de su “Manual de Resistencia”. Por desgracia, es mucho más que eso: una tragedia nacional, un tsunami colectivo y una crisis económica cuyas consecuencias quedan aún lejos del alcance de los análisis.
Si algo no debiera tolerarse a un líder político, y menos con poderes tan excepcionales, es la mentira. Tampoco, lógicamente, la propaganda vacía. Los españoles y sus instituciones, que han dado un paso para ponerse “firmes” al lado del Gobierno, merecen que se les diga la verdad, y que al frente de la situación estén los mejores.
El descontrol
Las inaceptables cifras de fallecidos y contagiados, las falsedades del ministro Illa, los palos de ciego de un Fernando Simón desacreditado y el marketing puro y duro del propio Sánchez obligan ya a la oposición a alzar la voz. La “responsabilidad” de Estado tiene un límite. Se trata de salvar vidas.
No es soportable que ante la emergencia que se vive y el descontrol mostrado por el Gobierno, no se acepten, por razones partidistas, las sugerencias de expertos de otro signo político que han gestionado crisis sanitarias con acierto.
Nunca el PP tuvo la lealtad y la unidad que Sánchez ha recibido ahora sin contrapartida alguna. Ni siquiera en el 11-M, otra de las grandes tragedias nacionales de los últimos tiempos. España no está ni para aprendices de brujo, ni para ejercicios de resistencia política que solo buscan alargar una ficción de mandar.