En España muere más gente en un día que en Portugal en toda la pandemia
El Gobierno debe dejar de fabricar bulos con la mortalidad española y explicar por qué aquí fallecen más personas en un solo día que en muchos países en toda la emergencia.
Los datos sobre la mortandad real del coronavirus en España, difundidos por ESdiario y asumidos ya en el debate público, muestran una realidad terrible que el Gobierno, por todos los medios, estaba intentando tapar: la insoportable desproporción entre cómo está afectando el COVID-19 a la práctica totalidad de los países del mundo y cómo nos está afectando a nosotros.
La cifra es abrumadora: en España mueren 397 personas por cada millón de habitantes, por diez en Grecia o algo más de 50 en Portugal, lo que significa, por resumirlo, que en nuestro país fallecen en un solo día los mismos seres humanos que en nuestro vecino ibérico en toda la pandemia.
Es una cifra muy difícil de digerir, y tan exclusiva de España que no puede ser explicada apelando al infortunio o la casualidad, especialmente cuando el Gobierno ha falseado o manipulado las cifras para llegar a afirmar, con un desprecio por la verdad absoluto y una intención política perversa, que la letalidad española es parecida a la europea o incluso algo mejor.
Lo cierto es que, a una pandemia ciertamente global, le han correspondido unos estragos distintos en función de las respuestas locales de cada Gobierno: allá donde, como en España y Francia, se miró para otro lado cuando les llegaron las alarmas, se alimentó el contagio masivo y se perdió un tiempo precioso para prevenir y mitigar la extensión.
Y allá donde, en cambio se reaccionó con rapidez, las consecuencias han sido infinitamente menores: países con menos recursos económicos que España tienen ocho veces menos muertos, lo que descarta factores casuales y desmiente la especie falsa de que todo atienden a los supuestos recortes previos en el ámbito sanitario.
Lo que ha sucedido, sin duda, es que en Europa cayó una previsible bomba vírica entre febrero y marzo y que ésta se agravó en aquellos países que, como el nuestro, despreciaron los avisos y facilitaron la extensión de la enfermedad por el método de enviar a la gente a la calle en lugar de entregarle una mascarilla. Es eso, además, lo que ha provocado el colapso sanitario, y no los insuficientes recursos, que en todo caso deberían haber sido más y mejores.
Si a este drama, que exige una investigación científica que depure responsabilidades y haga resplandecer la verdad, se le añade el escándalo en el recuento de víctimas, el panorama no puede ser más desolador. Ahora toca, ante todo, buscar soluciones. Pero nadie debe olvidar la necesidad, en cuanto se pueda, de hacer balance: no podemos morirnos más que nadie y permitir que se asiente el bulo de que todo ha sido por mala suerte.