Cerrar

A propósito de Risto Mejide y Ruiz: una carta a los terraplanistas del Gobierno

La discusión entre Risto Mejide y Javier Ruiz resume la lucha entre la verdad real y la "verdad oficial" para maquillar un despropósito negligente sin precedentes. Aquí se documenta.

Pedro Sánchez, entre Javier Ruiz y Risto Mejide

Creado:

Actualizado:

Desde hace semanas este periódico dirigido por Antonio Martín Beaumont, ESdiario, ha ido reconstruyendo con datos, cifras, documentos y hechos la secuencia real de la epidemia de coronavirus en España, bien distinta de la versión oficial, tan aireada por la televisión, según la cual lo que padecemos es una mezcla de mala suerte y consecuencia del neoliberalismo blablablá que, además, es similar a lo que ocurre en todo el mundo.

Yo mismo, junto a otros periodistas de esta casa y de otras (no demasiadas), he aportado algunas pruebas al respecto de la imprevisión del Gobierno, del desajuste entre la mortalidad en España y en casi la totalidad del resto del mundo y del pavoroso engaño que, con medias verdades o mentiras absolutas, difunde el Gobierno en cada comparecencia para tapar sus responsabilidades, que son objetivas, demostrables y han tenido un efecto letal insoportable.

Por respeto a las víctimas y al futuro de España, no se puede dejar asentar una falacia terraplanista sobre el coronavirus

Hace dos semanas expliqué todo eso en el programa Todo es Mentira de Risto Mejide (como cada mañana se lo escucho a Carlos Herrera con precisión quirúrgica en el programa en el que tengo el gusto de trabajar a diario); con la agria respuesta de Javier Ruiz, un periodista formado y documentado que me merece todo el respeto profesional y el afecto personal; y algún reproche de la copresentadora del espacio, Marta Flinch, que consideró inaceptable que yo sostuviera que en España estaba pasando algo sin parangón casi en el mundo y que no podía esconderse esa evidencia mucho más.

Quienes, en tantos medios de comunicación y trincheras políticas, ven en la verdad solo un intento de utilizar a los muertos, en realidad se están sirviendo de ellos, haciéndoles invisibles para hacer invisible la negligencia palmaria de nuestras autoridades: morirse solo y ahogado, sin una mano familiar que te agarre en el último momento, con un velatorio clandestino, un entierro furtivo o una bolsa anónima como ataúd provisional; merece un poco más de valentía y de honestidad de todos y un poco menos de miedo al qué dirán.

Este jueves pude desarrollar toda esa tesis en una conexión con el mismo programa que le llevó a Risto Mejide a entonar un valiente "Hasta aquí hemos llegado" que le honra: mientras otros buscan carreritas de Rajoy; admiten que Fernando Simón les mienta en la cara aseverando que la mortalidad en España "es igual que la europea, del 10%" o dicen perseguir bulos mientras esconden el mayor de la historia firmado por el Gobierno; un presentador que no es periodista tuvo la decencia de enmendarse a sí mismo y hacer algo tan revolucionario en estos tiempos terraplanistas como intentar contar la verdad.

Este viernes, por último, el propio Mejide tuvo una discusión en directo con Javier Ruiz, quien sin duda es uno de los mejores periodistas para sostener sus posiciones con algo más que una mera opinión: tiene datos, los conoce, los entiende y los difunde de una manera magnífica.

Pero está equivocado, profundamente equivocado, y aunque no sea ésa su intención con seguridad, contribuye involuntariamente a asentar una "verdad oficial" que es una falacia inaceptable: él lo hace por convicción y con conocimientos, con su mejor intención sin duda, pero ayuda a quienes carecen de ambas y solo tienen un móvil político: salvar al Gobierno como sea, aunque sea a costa de pisotear una verdad que cualquiera puede conocer haciendo lo mismo que yo he hecho.

No hay que ser Sherlock Holmes ni aspirante al Pulitzer ni deudo de una apasionante investigación como el Watergate: basta con estudiar los datos reales, públicos y accesibles en su mayoría; compararlos, reconstruir hechos y decisiones, entrelazar fechas y documentos, analizar la legislación y, antes de todo eso, respetar a las víctimas.

No se trata de dañar a Sánchez ni a la izquierda, sino de entender qué ha pasado y por qué: la negligencia no tiene color político, y ahí tienen al liberal Macron pareciéndose en incompetencia a nuestro presidente o a los progresistas gobiernos de Argentina y Portugal haciéndolo muy bien con pocos recursos y mucha decencia.

Disculpen la larga introducción y el ladrillo que viene ahora, pero no se me ocurría otra manera de intentar contarlo. Y ojalá sirva de algo.

1. Para empezar, hay que aceptar la desigual mortandad del coronavirus en perjuicio de España, con una desproporción casi escandalosa: aquí mueren 409 seres humanos por cada millón de habitantes. Por citar de entrada a los países más perjudicados del mundo, eso significa cuatro veces más que las víctimas de los Estados Unidos; un 33% más que en Francia; un 11% más en Italia o el doble que en el Reino Unido.

2.- Con respecto al resto de países del mundo, la abrumadora mayoría, la desproporción es absoluta y oscila entre las seis y las cien veces más víctimas mortales con arreglo a la población: siete veces más que Portugal; nueve veces más que Alemania; o cincuenta veces más que Polonia. No son países elegidos por su baja mortalidad para que encaje mi tesis; sino que reflejan mejor las medias que los peores parados: lo habitual es tener entre menos de diez fallecidos por millón de habitantes (Argentina, Corea , Japón, Grecia o Hungría) y alrededor de cien (Irlanda o Suecia), con muchos países a medio camino de esas cifras (Irán, Turquía, Austria o Canadá).

3.- En resumen, España es una cruel excepción, con tasas de mortalidad disparadas y que no guardan relación alguna con la práctica totalidad de países del mundo, europeos y de cualquier continente. Por explicarlo en una cifra, si el planeta tuviera la misma proporción de muertos que España tiene con arreglo a su población, en lugar de hacer consignados ya 145.000 fallecidos, la cifra sería de 18 millones de víctimas mortales.

Todo el mundo puede consultar estos datos en el proyecto coordinador por el Director de Economía de Oxford y respaldado por la BBC, The New York Times, The Washington Post y algunas de las primeras universidades del mundo. Pero también puede recurrir a los documentos oficiales del Ministerio de Sanidad y al informe Momo de mortalidad diaria en España que también es público y oficial: en este último, por cierto, comprobarán ustedes que también es falsa la imposibilidad de saber cuántos muertos hay en España por encima de lo habitual: el propio Gobierno lo cifra en un 67% de exceso, sin cerrar aún los números totales y solo en una parte de la pandemia.

4.- Tampoco es cierto que el gasto público o los recortes, en el caso de que fueran ciertos, expliquen la abrumadora desigualdad en el impacto del coronavirus. No existe ninguna relación entre lo que invierten los países en sanidad, en términos totales o por habitante, y la letalidad del COVID-19.

5.- Portugal, con las cifras oficiales en la mano, invierte casi 500 euros menos por persona en darle sanidad pública que España y tiene siete veces menos muertos. Corea del Sur, que comenzó la pandemia a la vez que España, gasta 1.287 euros por persona al año, por 1.617 de España con los últimas cifras cerradas, correspondientes a 2018, y tiene cien veces menos muertos que nuestro país. Grecia, por poner otro ejemplo, gasta exactamente la mitad en sanidad per cápita que España, pero tiene 40 veces menos víctimas mortales. Y Suecia, que invierte prácticamente lo mismo que Alemania, triplica su letalidad.

6.- La conclusión es que no existe ninguna relación entre el gasto sanitario ni la reducción o el aumento del mismo y las cifras de muertos. España no es de las mejores (Alemania o Francia doblan la financiación sanitaria por habitante) pero tampoco de las peores: y casi todas las que invierten menos han sufrido mucho menos, de largo, la mortandad del COVID-19. Todo el mundo puede consultar también los gastos sanitarios en cualquier país en este enlace.

7.- La verdadera razón del desigual comportamiento, que deja a España como ejemplo terrible de mala gestión, hay que encontrarla simplemente en los plazos que cada Gobierno decidió para empezar a tomar medidas. A todos les avisó la OMS a finales de enero y todos tenían desde diciembre el ejemplo de China. Pero unos reaccionaron rápido y otros no.

8.- España y Francia son el ejemplo paradigmático de esa negligencia o, si se quiere, de esos errores. Macron permitió incluso la celebración de unas elecciones locales o mítines masivos como el de Puigdemont en Perpiñán, con el desplazamiento de miles de personas.

9.- Sánchez, por su parte, desatendió hasta 40 avisos de todo tipo de instancias internacionales. Minusvaloró la gravedad del COVID-19 al permitir que lo calificaran de "tipo 2" en lugar de "tipo 4" pese a las advertencias del experto en Salud Pública de la Organización Médica Colegial (OMC), en una reunión presencial en enero en el Ministerio de Sanidad que él mismo ha contado públicamente:

"En nuestro caso tiene su epicentro el 30 de enero, en una reunión en el Ministerio de Sanidad, en la que varios técnicos –no sólo el que ustedes piensan– sostuvieron, en contra de mi opinión, que el nuevo coronavirus es un agente del grupo 2. Yo mantengo que es un agente del grupo 4. Y ahí radica todo. Esa es la clave de toda la mala gestión posterior".

10.- No es tampoco una cuestión política. Portugal y Argentina están gobernadas por la izquierda y su respuesta ha sido rápida y eficaz, pese a tener pocos recursos económicos: se adelantaron y tomaron medidas rápidas que en España se demoraron. Sánchez permitió vuelos con Italia, incluso al infectado norte, hasta el 10 de marzo. Y para no suspender el 8M, consintió que toda España se llenara de eventos de masas: mítines de VOX, carreras populares, partidos de fútbol en campos llenos y un largo etcétera. Lo que presentan como atenuante, hubo más actividades que las respetables marchas feministas, es en realidad agravante: lo consintieron todo y multiplicaron los riesgos hasta el infinito.

10.- Por utilizar un ejemplo gráfico, cuando venía un tsunami, unos países hicieron huir a la población para resguardarse y otros nos hicieron correr hacia la ola. Para la misma amenaza e idéntica pandemia global, lo que ha determinado los estragos es la respuesta local.

11.- El colapso sanitario tampoco es fruto de los "recortes", aunque en adelante sería inaceptable que España no hiciera como Finlandia, que tiene reservas almacenadas de material sanitario aquí inexistentes: en los peores momentos las UCIS de toda España albergaron unos 6.000 pacientes, y muchos de ellos se hubieran salvado de haber el mismo número de respiradores. Y no digamos si los heroicos profesionales sanitarios hubiesen tenido test, epis, mascarillas o gafas que, aún hoy, siguen sin llegar en número suficiente.

Nadie tiene 6.000 respiradores, de acuerdo, pero habrá que preguntarse con esta experiencia si no es más prioritario tenerlos, y así con todas las existencias sanitarias que permitan una reacción inmediata, que tener más universidades (sin alumnos) que Alemania, incontables defensores del pueblo regionales, incesantes televisiones públicas o cualquiera de los excesos que pueblan la desbordada Admnistración Pública para lo irrelevante pero no para lo imprescindible, a lo que se ve.

Pero el desbordamiento no es consecuencia de la falta de recursos. Otros tampoco los tenían y no han visto morir a 400 de cada millón de ciudadanos. La causa de esto es el número de contagios de golpe que se produjeron en cada país: quienes reaccionaron rápido, como Grecia, Portugal, Argentina o Corea, limitaron el recuento de enfermos y tienes más sencillo atenderles escalonadamente con los medios habituales de sus sistemas sanitarios y sin el temor a la expansión descontrolada del virus.

Quienes, como España, permitieron que explotara una auténtica bomba vírica explotara desde finales de febrero hasta principios de marzo, pese a los avisos, colapsaron a continuación su respuesta sanitaria: hicieron que un contagio controlable se transformara en uno masivo imposible de atender, resumido en el vergonzoso dato de que, del total de enfermos totales, un 15% sean nuestros sanitarios. Si cae la última línea de defensa, ¿cómo no vamos a caer todos?

12.- El COVID es letal en las edades superiores y alcanza medias mortales de 23% aproximadamente. Pero hasta los 65 años y más su media de letalidad gira en torno al 0.98% (página 8 de este informe): con pocos contagiados y las UCIS liberadas, se podía atender. Con tal vez dos millones de contagiados, según esos cálculos, el crack del sistema es seguro: eso es lo que ha ocurrido, pese al conmovedor esfuerzo de la sanidad pública y de sus profesionales. Era imposible de atender a la vez lo que o no tenía que haber llegado a los hospitales o tenía que haber llegado escalonado.

13. Por último, aunque es un tema menor porque todas las Administraciones deben sentirse responsables de lo que les ocurra a sus ciudadanos, las competencias en Sanidad Pública para casos así son del Estado. Es decir, del Gobierno.

No sólo es que él sea el único receptor de los avisos internacionales (la OMS no comunica con Madrid, Cataluña o Andalucía) y el único participante en los foros mundiales que estudian problemas así. Es que además la Ley General de Sanidad del 25 de abril de 1986 recalca quién coordina y quién se subordina en asuntos de esta índole:

Por si alguien tiene alguna duda, otra Ley General de Salud Pública, de 4 de octubre de 2011, en su artículo 14, es todavía más precisa y señala expresamente a los ministros Salvador Illa, Pablo Iglesias e Irene Montero, todos ellos bajo el mando evidente del presidente del Gobierno:

"Corresponden al Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad las siguientes funciones en materia de vigilancia en salud pública:

a) La gestión de alertas de carácter supraautonómico o que puedan trascender del territorio de una comunidad autónoma".

b) La gestión de alertas que procedan de la Unión Europea, la Organización Mundial de la Salud y demás organismos internacionales y, especialmente, de aquellas alertas contempladas en el Reglamento Sanitario Internacional (2005), en su caso, en coordinación con las comunidades autónomas y las ciudades de Ceuta y Melilla".

Y dicho lo cual, ningún presidente autonómico tiene razones para sentirse especialmente orgullo. En el mejor de los casos, ha cumplido con su función. Y en el peor, ha despejado balones fuera o los ha aprovechado, como el ínclito Torra, para añadir al virus chino otro político tan infumable como siempre pero especialmente indigno en tiempos de morgues saturadas: todos ellos no tenían ni la información de Sánchez ni sus competencias (sustentadas además en dos mandos únicos, el de Carmen Calvo primero y el de Salvador Illa después), pero sí la gestión cotidiana y la de las consecuencias.

Y viendo cómo ni se ponen de acuerdo en aplicar las mismas normas en Educación (o se repite el curso o se deja pasar a todos con las notas que tuvieran hasta marzo), tampoco son para tirar cohetes.

La conclusión

Por resumir tanto dato, legislación o secuencia de hechos, puede emitirse la siguiente conclusión, casi diría inapelable. Solo se resisten a las evidencias los terraplanistas del coronavirus, los que quieren ver una especie de maldición o infortunio, similar a un terremoto por imprevisible. O los que, sin más, quieren evitarle a este Gobierno la carga de responsabilidad que tiene en un drama que podía haberse paliado: Sánchez, Iglesias, Illa, Montero o Calvo no traen el virus ni es culpa suya, pero sí le dejan moverse libremente para darse un festín.

Muchos no lo vimos venir, y asumimos en público incluso la obligación de difundir los consejos negacionistas de las autoridades sanitarias, confiando en ellas y creyendo que nuestra aportación en calmar el pánico era tan humilde como necesaria: que algunos nos lo reprochen ahora en lugar de convertirlo en otra prueba más de la negligencia de un Gobierno que contó con el apoyo de todos, les define a la perfección: además de terraplanistas, son ciegos voluntarios.

O peor aún: esconden su pavorosa negligencia intentando transformar los estropicios de sus decisiones en una supuesta necesidad de "reforzar lo público", que siempre será necesario en servicios esenciales, pero aquí se esgrime como excusa barata para cargarle el muerto a un factor inexistente: el colapso deriva de la masificación, que a su vez procede de un contagio masivo que nunca debió producirse. Y lo que visualiza las carencias no es que la sanidad sea mala, sino que no podía estar -ahora en adelante sí- preparada para una invasión de estas proporciones.

Pero entre los que no supimos verlo y los que no quisieron verlo, hay una diferencia abrumadora: ellos tenían la información oficial, todas las competencias y todas las obligaciones legales, institucionales y morales. Y no solo las despreciaron, sino que en muchos casos las usaron para tomar las decisiones contrarias a las necesarias.

España tuvo la misma alerta que otros países infinitamente menos dañados por el coronavirus. Las ignoró por sistema, echó gasolina a un fuego incipiente y, cuando la bomba vírica estalló, no le quedó más remedio que confinar en arresto domiciliario a toda la población, hundir la economía y esperar a que los efectos de aquel innecesario contagio masivo pasaran: cobrándose más muertos que nadie, provocando una ruina duradera y, también, borrando un poco la huella de sus desperfectos.

Porque todo los que vemos en las crueles estadísticas diarias, cogiendo los periodos de incubación y convalecencia de la enfermedad, procede de aquellas fechas: no estamos encerrados para protegernos de un contagio masivo, y por eso ya permiten trabajar a millones de personas sin mascarillas siquiera.

Lo estamos para disimular que el contagio masivo ya ocurrió y que ahora no queda más remedio que superarlo batiendo récord mundiales de mortandad, destrozando la economía del país y haciendo, eso sí, que parezca un accidente. En España se muere en un día "bueno" lo mismo que en Portugal en toda la pandemia. No hay terraplanista capaz ya de esconder esa losa.