¿Tensiones entre Newtral y Maldita, cazadores de bulos en el ojo del huracán?
La deriva intervencionista del Gobierno en la opinión libre y la crítica, con la excusa de acabar con la desinformación, ha tenido consecuencias en los verificadores. Ésta es la historia.
Sin duda ésta ha sido la semana en que más se ha hablado de quienes más suelen hablar del resto y más se ha analizado a quienes se dedican a analizar a los demás: los chequeadores de bulos, una mercancía sin duda peligrosa cuya proliferación sin duda ha de inquietar a cualquiera que crea en una información seria y asuma el peligro de la intoxicación informativa.
Nadie discute ese objetivo, pero sí los medios o los responsables de decidir qué es una fake news y qué no para, a continuación, aplicar de manera unilateral sanciones de distinto tipo: desde el oprobio público hasta la supresión de cuentas en redes sociales.
Es decir, ser a la vez juez, parte y protagonista; pues los dos principales chequeadores del momento, Newtral y Maldita, son parte activa del ecosistema mediático y tienen una evidente inclinación política, tan respetable como obvia.
Por resumirlo de alguna manera, son La Sexta aplicada a herramientas de "control de calidad informativa", con los mismos aciertos y las mismas percepciones ideológicas, o muy similares, que la cadena en cuestión.
Pero eso ya era así, y nadie se quejaba. Lo que ha provocado un cambio de la temperatura hacia ambos proyectos es el anuncio del Gobierno de que, con el pretexto de acabar con los famosos bulos, se arrogaba un papel de control aparente de la crítica que resulta inadmisible en una democracia occidental.
La deriva intervencionista del Gobierno en la prensa crítica ha puesto en el ojo del huracán a Newtral y Maldita
La coincidencia entre las nuevas restricciones en Whatsapp, la supresión en masa de cuentas en Facebook o Twitter y la "monitorización" de las redes anunciada por Marlaska ha hecho saltar por los aires la tranquilidad en que ambas marcas operaban hasta ahora.
Una, Newtral, como herramienta contratada por Facebook para intervenir en sus contenidos mientras produce programas tan conocidos como El Objetivo. Y la otra, con un tono mucho menos empresarial y más voluntarista, para señalar fake news a su libre albedrío.
Las acusaciones del youtuber Alvise Pérez a Ana Pastor y a su pareja, el periodista Antonio García Ferreras, han terminado por cerrar un círculo explosivo donde se mezcla todo en un batiburrillo tan morboso como complejo de explicar sin caer en el error, la injusticia, la vendetta o, en el sentido opuesto, el silencio y la lisonja.
Lo cierto es que Newtral y Maldita nunca han escondido de dónde vienen ni para quién trabajan, que en el primero de los casos incluye a La Sexta o Telemadrid, entre otros, y genera unos ingresos propios de una empresa boyante y no solo de un proyecto romántico. Nada que objetar, pero sí que plantearse a continuación sin maximalismos ni respuestas rotundas.
Preguntas razonables
¿Es normal que una empresa privada, sea de quien sea y lo haga como lo haga, se arrogue o le reconozcan el derecho a arbitrar derechos fundamentales y, tal vez, a decantar hacia un lado -que en el suyo está muy claro- la balanza de quién tiene derecho a criticar, quién no y en qué términos bajo riesgo de exclusión de las redes, por ejemplo?
Una pregunta razonable que se convierte en imprescindible cuando ese espíritu coincide con una evidente deriva intervencionista del Gobierno en esta materia.
Y con bulos gubernamentales como un castillo de grandes, a cuento del coronavirus, que ninguno de las marcas citadas persigue con ahínco precisamente: no han sido ellos quienes, por ejemplo, han desmentido a Sánchez cuando ha sostenido en público, a través de Fernando Simón, la falacia de que la mortandad en España es similar a la de Europa. No es un error, es una mentira, y ni Newtral ni Maldita lo han denunciado.
Quizá la clave estribe en que estás cosas se pueden y se deben hacer, pero desde un autoridad profesional y no en nombre de nadie, sea Gobierno e emporio como Facebook: que la denuncia pública, algo muy inherente al periodismo, no vaya acompañada de consecuencias jurídicas, políticas o hasta económicas. Porque, ahí sí, la controversia es razonable.
Las palabras de Maldita
Y algo de eso parece intuirse en las relaciones entre Newtral y Maldita, según se deduce de las palabras de la directora de la segunda marca, Clara Jiménez, que hoy reproduce El Mundo y tienen mucha miga.
"Con la creación de Newtral, Ana Pastor nos ofreció firmar un acuerdo muy beneficioso para Maldita.es e intregrarnos en su empresa pero finalmente no llegamos a ningún acuerdo por distintas razones, entre ellas porque no queríamos que Maldita.es fuera una empresa: tenía más sentido ser una organización sin ánimo de lucro como la mayor parte de los verificadores a nivel mundial".
Sea o no su intención, esas palabras, mucho más que los excesos que Ana Pastor ha sufrido esta semana sin duda injustamente, sí que generan un debate interesante y colocan a Newtral en un dilema: ¿Por qué si Maldita no quiere ser una empresa y asegura que no lo son los verificadores internacionales casi nunca, con el fin de mantener su pureza, la marca de Ana Pastor sí tiene que ser un negocio? Y si lo es, cosa muy respetable, ¿por qué reconocerle potestades más propias de un poder público que de una cuenta de resultados?
Es como mínimo razonable reflexionar al respecto, en estos tiempos en que presidentes, vicepresidentes y ministros del Interior o de Sanidad han decidido colocar en sus mirillas a la prensa crítica, ya suficientemente regulada por los tribunales y el juicio sumarísimo de sus lectores, oyentes o televidentes.