Sánchez invita, Casado paga: quiere que el PP le regale tres años más en Moncloa
Todo atisbo de búsqueda de consenso es un espejismo con este presidente. Siempre vuelve a las mismas alianzas y discursos. Y coloca al PP ante un dilema que debe saber resolver.
Quiero suponer que es por ingenuidad por lo que una buena parte de los analistas ven en estas últimas horas un giro de Pedro Sánchez. Desde luego, se han llenado las columnas de vaticinios asegurando que el presidente buscaba alejarse de Pablo Iglesias para ir dando pasos hacia Pablo Casado.
Para percibir un cambio de tal calado en la dirección política que hasta ahora ha llevado el líder socialista habrían bastado, por un lado, unas declaraciones de la portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, dando un toque de atención a sus socios de Unidas Podemos ante la necesidad de ampliar los acuerdos para la etapa postpandemia; y, por otro, el gesto de Sánchez en el Senado abriéndose a una nueva “comisión de reconstrucción” donde llegar a pactos con el líder de los populares en materia política, económica y sanitaria.
Pero, en fin, los hechos son tozudos. Fue suficiente ver la sesión de control al Gobierno de este miércoles en el Congreso de los Diputados para darse cuenta de que las cosas no son como se pintan. La vida sigue igual. “Si quiere consenso, aquí tiene la mano tendida del Gobierno; si quiere crispación, ahí tiene a la ultraderecha”, ha sido el mantra usado por el presidente en su estrategia de intentar arrinconar a Casado.
Nada nuevo bajo el sol. Lo único que ahora mismo le importa a Sánchez es que el jefe de la Oposición acepte el trágala de los Presupuestos. Unas cuentas que, sin embargo, no renuncia a pactar con los populistas y con sus socios preferentes del PNV y de Esquerra, añadiéndole el incomprensible papel de “coartada moderada” del nuevo Cs de Inés Arrimadas.
La renovada “operación imagen” de la factoría Moncloa, pilotada por Iván Redondo -tan aficionado a los cambios de pantalla de las series televisivas que se beben los gurús monclovitas-, pasa sobre todo por un PP que acepte ser copartícipe de la deficiente gestión del “Gobierno progresista” en la crisis del coronavirus.
El propio Sánchez ha utilizado sin reparos su banco de presidente en la Carrera de San Jerónimo para sacar pecho con las vidas salvadas -nada más y nada menos que 450.000- mientras su ministro de Sanidad, Salvador Illa, es incapaz de facilitar la cifra real de fallecidos.
O lo que es peor, cuando su vicepresidente Iglesias endosa los muertos a los presidentes autonómicos del PP, con Isabel Díaz Ayuso convertida en el pim-pam-pum favorito de toda izquierda de cualquier pelaje.
Si en el Senado Sánchez se abrió a pactar con los populares los pasos de la “gestión del infierno” que se avecina en otoño, en el Congreso el presidente ha cerrado filas y blindado su alianza con la pata morada de la coalición gubernamental.
Nada importa -pocas dudas pueden quedar ya de esto- que Pablo Iglesias quiera acorralar a la Monarquía para debilitar el que despectivamente llama “régimen del 78” y desplegar su agenda más radical e intervencionista, desoyendo a aquellos que, con sensatez, aconsejan llegar a consensos para afrontar la crisis económica y social.
En La Moncloa, tal como se ha podido volver a comprobar en el debate parlamentario este miércoles, siguen jugando a la política como si Sánchez gobernara sobre una cómoda mayoría absoluta y con el viento favorable de las encuestas. Un horror, la foto desenfocada que manejan para España.
Seguramente por eso, ni Carmen Calvo ni Pablo Iglesias se han atrevido a responder a las preguntas de Cayetana Álvarez de Toledo y Teodoro García-Egea sobre las intenciones del Gobierno de reanudar la negociación bilateral con Quim Torra y Gabriel Rufián, o sobre si alguien del Gobierno piensa asumir alguna responsabilidad por las residencias de ancianos, convertidas algunas de ellas en auténticas casas de los horrores.
Los dos caminos del PP
Todo lo contrario, Calvo e Iglesias siguen empecinados en utilizar el Congreso de los Diputados para “controlar” a la oposición. En realidad, que nadie se llame a engaño, quieren a un PP asustado y lo suficientemente presionado, incluso por algunos de los suyos y buena parte de la opinión publicada del centro derecha, como para verse en la obligación de apoyar gratis et amore a Pedro Sánchez.
A Pablo Casado sólo se le perdonará la vida si dice sencillamente amén a un Gobierno que se jacta de afrontar una “crisis constituyente” aliado con partidos mamporreros que machacan cada día al Rey Felipe VI, y que considera lógico -e incluso legítimo- decidir la España del futuro en una mesa, sin luz ni taquígrafos, con el independentismo condenado por sedición y malversación.
Así es el desafío que se lanza al PP: o es la coartada de un gabinete sostenido en la coalición Frankenstein y permite así su agenda cada vez menos oculta o es “cómplice antipatriota” al lado de la “ultraderecha” de Vox.