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Por qué (casi) todo el mundo odia ya al siempre cruel y rotundo Pablo Echenique

El portavoz de Podemos aspira al título oficioso de Odiador Mayor del Reino. Venido desde Argentina, ha logrado indignar a casi todos con una colección de desprecios como éstos.

Pablo Echenique, hace unos días en el Congresp

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Si un político debiera suscitar solidaridad y afecto, por muchas que fueran las distancias ideológicas, ése es Pablo Echenique. Su estado de salud, afectado por esa terrible enfermedad que le tiene postrado en una silla de ruedas y con casi nula movilidad; suscitan en cualquiera un sentimiento de amparo, agravado por el reconocimiento al esfuerzo que sin duda ha hecho por llevar una vida plena con todo su sacrificio.

Pero no. El portavoz de Podemos oposita, con muchas opciones de lograr el primer puesto, a la plaza de político más detestado de España, coleccionando una retahíla de frases despectivas, ataques gratuitos, salvajes comentarios y poses destructivas que le difuminan como discapacitado y le potencian como oficioso Odiador Mayor del Reino.

Negó el saludo a las hijas de los Reyes en una recepción formal; puso a escurrir a la misma Sanidad pública que a él le rescató del penoso tratamiento que hubiera recibido en su Argentina natal; denigró el 12-O como Fiesta Nacional; extendió la "alerta antifascista" como si España fuera un país represor y, entre tantas otras proezas, se rió de la agresión a pedradas de una diputada de VOX afirmando que, más que sangre, lo que corría por su rostro es tomate ketchup.

Echenique intenta ejercer de "poli malo" de Podemos para soltar, por esa boquita, lo que Pablo Iglesias e Irene Montero no pueden decir como miembros del Gobierno. Y eleva el tono incluso más que ellos para ganarse el sueldo y proteger las esencias podemitas, de barricada y exabrupto por mucho que se hayan acostumbrado ya a la moqueta.

Nada sorprende en un individuo capaz de pontificar sobre la situación laboral de los cuidadores mientras al suyo no le daba de alta en la Seguridad Social. Como tampoco es la primera vez que un converso intenta borrar sus pecados de origen yendo más lejos que nadie cuando se pone chaqueta nueva: él coqueteó con Ciudadanos y con el PSC antes de convertirse en el emblema "anticapitalista" de Podemos para luego, de nuevo, metamorfosear a icono de la burguesía morada, ésa que que gobierna el partido como un cerrado politburó donde no caben ni círculos ni disidentes.

Lo cierto es que hay poca gente que hable tan mal de España viviendo de ella, habiendo recibido aquí atención médica de primera línea, títulos universitarios, plazas de científico e incontables cargos públicos en tan poco tiempo. Todo eso se lo ha dado su país de acogida, y se lo ha devuelto emitiendo la mayor contaminación conocida para la convivencia y el respeto al distinto.

Siendo él tan distinto a casi todos, sonroja que no entienda como nadie la pluralidad de un país que existía antes de que él llegara para ejercer de Rasputín de medio pelo, de bárbaro motorizado capaz de esperar la mayor protección de la misma gente a la que, si no le vota a él o al ventrílocuo de Galapagar para el que él actúa, trata a patadas.

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