Sánchez no puede homenajear a unas víctimas que ni siquiera recuenta bien
El Gobierno que peor ha gestionado la pandemia en todo el mundo esconde aún la cifra de fallecidos y pretende, a la vez, homenajearlas con el Rey al lado.
El Rey presidie este jueves un tardío, insuficiente e incompleto homenaje a las víctimas del coronavirus, de las que a estas alturas se desconoce la cifra oficial por una única razón: el Gobierno no quiere darla, pese a ser plenamente consciente de que oscilan entre las 44.000 y las 50.000.
Ese bochorno, que responde al temor de Moncloa a que quede aún más claro de lo que ya está que España es récord mundial de mortalidad, es suficiente para resaltar el cinismo de un evento más destinado a limpiar la imagen de Pedro Sánchez y tapar sus negligencias que a honrar a los fallecidos.
¿Cómo se va a creer en la buena fe de un gobernante que niega a los supuestos homenajeados su mera existencia? Ampararse en que no se ha podido hacer la prueba de detección del COVID-19 a todos los muertos de más con respecto a otros años precedentes -de ahí sale la terrible estadística de al menos 44.000 víctimas-; es un acto artero y miserable que pretende camuflar una certeza dolorosa.
España reaccionó muy tarde, desechó los múltiples avisos que otros países atendieron y multiplicó los riesgos al tolerar o incluso impulsar actos multitudinarios que extendieron un contagio masivo. No fue solo el 8M, pero fue el temor a aplazar éste lo que avaló la celebración de cientos de eventos de masas en toda España que hicieron de correa de transmisión del virus.
Por eso, y solo por eso, la mortalidad española es tan cruelmente superior a la del resto. Y por eso, también, se esconden las cifras reales, superiores a las de Estados Unidos, Italia o Francia, por señalar países muy castigados; e infinitamente superiores a las de la práctica totalidad del resto del mundo-
Mientras en España hay 600 muertos por millón de habitantes (que serán en torno a 1.000 cuando se reconozca la totalidad del daño); en Grecia tienen apenas 20.
Con ese bagaje, plagado de mentiras, trucos y trampas de todo el Gobierno y de su portavoz, Fernando Simón; atreverse a impulsar un reconocimiento público resulta execrable si no va acompañado de un reconocimiento de la verdad, una petición de perdón y una asunción clara de responsabilidades.
Esconder a los muertos provocaba ya una repugnancia difícil de superar. Utilizarlos como coartada, sin embargo, lo consigue.