La temible revuelta de temporeros en Albacete que puede extenderse por España
La inacción del Gobierno en un caso con riesgo de contagio por toda España es inadmisible y se corresponde con su inanidad general tras el Estado de Alarma.
Un centenar de temporeros aterrorizó literalmente a Albacete este domingo al liberarse del confinamiento que, en unas condiciones ciertamente lamentables, mantenía por prescripción médica. Hacinados en una nave en un páramo, sometidos a altas temperaturas y con el temor a que el contagio por covid de alguno de ellos se extendiera al resto; su reacción era previsible.
Pero que ésta sea tomar las calles, amenazar a la población civil con la enfermedad que más atemoriza a todo el mundo y saltarse todos los controles es inadmisible: nada justifica que, para protestar por una situación determinada, se utilice de algún modo como rehenes al resto de ciudadanos.
Y eso es lo que hizo un centenar de inmigrantes para reclamar la atención que, sin duda, merece su deplorable estado: ningún ser humano, con papeles o sin ellos, se merece malvivir en un asentamiento ilegal, por irregular que sea su presencia en España en no pocos casos.
Garantizar la salud pública y la seguridad ciudadana son dos obligaciones innegociables de los poderes públicos que, antes que a nadie, corresponde atender al Gobierno de España: no tiene ningún sentido delegar un fenómeno así en el Ayuntamiento de Albacete, cuyos recursos y atribuciones quedan superadas en casos así de manera flagrante.
La falta de reacción del Ejecutivo se corresponde, por lo demás, con su inanidad general para gestionar la pandemia y sus efectos secundarios desde que decayó el Estado de Alarma, como si a partir de ahí los inquietantes rebrotes de Cataluña o los disturbios en Castilla-La Mancha fueran asuntos ajenos.
A la gravedad del episodio local se le añade la inquietud por su posible "contagio" a tantas otras comunidades de temporeros que se ubican en distintos puntos del campo español. La emulación de comportamientos así, en los que se mezclan razonables expectativas con dramatizaciones raciales y nulo respeto a las normas, es habitual.
Basta con que se ubique el conflicto en un relato simplón sobre la inmigración, en el que unos se sienten víctimas de todo y otros les niegan casi todo, para que se prenda esa mecha y el fuego se vuelva inevitable.
Y aún plantea otra duda este caso. ¿Qué reacción social habría de tener que repetirse los confinamientos masivos? Sin llegar a la explosividad vista en Albacete, no parece sencillo esperar de la ciudadanía en general una aceptación acrítica de nuevas órdenes en ese sentido que ahondaran en la crisis económica y en la situación terminal de muchas familias y negocios.
Que todo eso coincida con la sospecha de que España ya vive una segunda oleada de coronavirus, mitigada por la sensación veraniega y la ausencia de medidas del Gobierno, genera un cóctel final de lo más inquietante.