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¿Por qué aplauden a Pedro Sánchez?

Moncloa quiere convertir en un gran éxito lo que simboliza un enorme fracaso de España, necesitada de rescate tras una nefasta gestión sanitaria y económica.

¿Por qué aplauden a Pedro Sánchez?

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Pedro Sánchez volvió ayer a Moncloa, tras su larga estancia en Bruselas, con una imagen bochornosa preparada, grabada y difundida por su equipo de propaganda que, sin matiz alguno, fue emitida tal cual por la práctica totalidad de las televisiones españolas.

En ella se le veía entrando en la sede de la Presidencia aplaudiéndose a sí mismo mientras sus ministros le hacían pasillo con el mismo gesto para, al final, reunirse todos en un círculo para aplaudirse todos juntos como si acabaran de protagonizar una gesta.

Solo por la existencia de tantas víctimas mortales, hasta 44.000 pese a que incomprensiblemente el Gobierno sigue tapando la cifra real; y por la formidable ruina y paro derivadas de la pandemia; esa escena debiera haberse evitado por ofensiva: no hay nada que celebrar, y mucho menos en un país que está padeciendo más estragos que nadie en el mundo por la negligente gestión de este Gobierno.

Pero es que tampoco el plan de rescate europeo merece aplauso alguno. Para empezar, simboliza el drama económico y sanitario que vivimos en España: ser junto a Italia el país más necesitado de auxilio de sus socios no es precisamente para presumir.

Y sorprende que los mismos que convirtieron el rescate de la banca pública, en tiempos de Rajoy, en un drama; presenten ahora este momento como un hito histórico y festivo. ¿De verdad estar a la cola de Europa en todo y depender de la ayuda externa es para presumir? La doble vara de medir, que es la misma que inflamó la crisis del ébola y ahora minimiza la del Covid-19, ha alcanzado con este asunto unos niveles bochornosos.

Por último, el pacto en sí no presagia nada bueno. Por sonoras que sean las cifras reales, la liquidez neta que va a recibir España difícilmente excederá de los 35.000 millones. El resto, hasta 140.000, será en préstamos a devolver u obligará al país a poner cantidades similares a los presupuestos comunes de Europa.

Con un déficit previsto que estará entre los 100.000 y los 160.000 millones, el rescate europeo no resolverá problemas de fondo muy severos y se limitará a aliviar las urgencias inmediatas. Que el Gobierno no haya aprovechado para hacer algo de pedagogía en ese sentido, explicando qué reformas implementará para reducir el gasto público, resulta deplorable: prefiere simular una alegría con tintes electorales que gestionar con altura el dramático momento.

Quizá con ello tape de nuevo el debate que exigen los tiempos, resumido en una pregunta. ¿Optará ahora por recortar las prestaciones y los servicios para los ciudadanos, subiendo además los impuestos? ¿O reducirá el insoportable gasto público de la Administración, que nunca sufre lo que ella misma provoca? Debería hacerse lo segundo pero, con este presidente, a buen seguro que ocurrirá lo primero.

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