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Fernando Simón, vergüenza nacional

El portavoz del Gobierno que más ha mentido a la ciudadanía y más negligencias ha maquillado remata su trayectoria con un desprecio al turismo unas horas después de volver de la playa.

Fernando Simón

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Fernando Simón despreció el impacto de la caída del turismo en la ya degradada economía española, solazándose del plantón del Reino Unido en plena temporada estival. Que lo diga en pleno rebrote, con cientos de contagio por toda España con apariencia descontrolada, desecha el carácter sanitario de su afirmación, que solo tendría sentido en un escenario de control de la epidemia.

Si al menos estuviéramos en cifras contenidas, podría entenderse de un portavoz sanitario que agradeciera la reducción de turistas que sin duda elevan el riesgo. Pero en el actual, en el que España parece correr como pollo sin cabeza hacia una segunda oleada, resulta indecente que nadie se congratule de un fenómeno que genera pobreza sin procurar a cambio un claro beneficio en materia de salud pública.

La frivolidad de Fernando Simón no es nueva, y ha ido acompañada desde el principio de la crisis de una flagrante negligencia y de una ristra de mentiras que aún hoy sostiene sin pestañear. Fue él quien, pese a tener todas las alertas internacionales a su disposición, despreció la alarma y llegó a afirmar que en España solo habría casos aislados.

Cadena de mentiras

Y quien rechazó el uso de mascarillas, animó en marzo a participar en eventos multitudinarios, falseó la mortalidad española al equipararla con la media europea y, finalmente, escondió a 17.000 víctimas mortales sacándolas del recuento oficial. Simón tiene apariencia de médico, pero ha sido y es ante todo un portavoz político que legitima o fabrica coartadas para un Gobierno superado e incompetente.

España es el país con más muertos por Covid-19 del mundo; y uno de los dos con peores efectos económicos en términos de destrucción de empleo, hundimiento del PIB y empobrecimiento general del país. Porque el coronavirus es un fenómeno global, pero sus consecuencias son locales y su magnitud depende la gestión doméstica en cada país.

Y la del nuestro ha sido y es un desastre por el que nadie paga el precio político, y tal vez judicial, que sin duda debería abonarse. Es inadmisible que Pedro Sánchez se aplauda a sí mismo para camuflar su estrepitoso desastre; pero es indecente que el portavoz de todo ello siga siendo la misma persona que le acompañó en todos los errores.

Que Simón se permita aplaudir la ausencia de turistas ingleses, mientras él mismo ha estado de vacaciones, añade al estropicio general una sensación de impunidad y falta de respeto a la ciudadanía ciertamente indignantes.

Y que algunos se hagan camisetas con su rostro y le propongan para premios de toda laya, confirma el sectarismo vigente en la sociedad española. Nadie con un mínimo apego a la verdad y la justicia puede respaldar a un portavoz infame cuya dimisión debiera ser unánimemente exigida.

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