Sánchez se aplaude a sí mismo mientras en la calle se incuba un estallido social
El antagonismo entre el comportamiento del Gobierno y la realidad de la calle es inmenso. Y episodios como el de Yolanda Díaz presagian una tensión social formidable.
Ha pasado poco más de un mes desde que Pedro Sánchez echó el cierre al estado de alarma. La “nueva normalidad” que inauguró el país se ha difuminado con rapidez. El ambiente, ya de entrada enrarecido, ha desembocado en un escenario de inseguridad ante la prontitud de los rebrotes.
En todo este tiempo, por parte del Gobierno, ha habido muchas declaraciones -hito europeo de euforia por medio- pero poquísimo músculo en cuanto a acciones contantes y sonantes. Propaganda por doquier. La modorra gubernamental, que un puñado de leales presenta como una prueba más de la resistencia del “jefe”, se topa con el coronavirus.
Y es que la sala de máquinas de La Moncloa había puesto la directa hacia la etapa denominada de “reconstrucción”. Empezando por Sánchez, cuyo discurso se ha agarrado a vender “una nueva economía” que le permitiese poner a cero el contador. Sin embargo, un suceso ha zarandeado el complejo presidencial.
Según diversas fuentes, la titular de Trabajo, Yolanda Díaz, regresó “tocada” de la protesta violenta de la que fue víctima el viernes en Toledo. El episodio protagonizado por trabajadores del sector taurino, más allá de las poses de cara a la galería, ha sido calificado como "aislado", aunque hay en el núcleo duro de Sánchez quienes toman buena nota.
Señales terribles
Cualquier tropiezo, previenen, puede actuar como disparador de las protestas en toda España. Hay gente muy desesperada. Pedro Sánchez tiene informaciones solventes de la grave realidad cara al otoño, cuando todo apunta a que los motores de la actividad económica mostrarán las señales más dramáticas. Lógicamente, voces de su entorno avisan sobre la situación que van a padecer muchas familias, algunas ya ahogadas por la crisis aún por venir.
Sin duda, hay temor a que el clima provoque un estallido social. El presidente del Gobierno se resiste a que le hablen de algo así, de un escenario de convulsión general, incluso virulenta, con los ciudadanos en la calle. “Los españoles nos están dando la oportunidad para cambiar las cosas, porque son conscientes de cómo afronta la crisis este Gobierno”, repiten machaconamente.
Un recado publicitario sin mayor enjundia.Desde luego, la gente corriente está lejos de comprender qué está pasando en un Consejo de Ministros a todas luces inactivo, incapaz de aplicar medidas que transmitan tranquilidad. Los análisis que salen intramuros de La Moncloa son de honda preocupación.
Entre otras cuestiones, están contemplando una prórroga del bautizado como “escudo social”, con la ampliación de los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) hasta finales de año. “No ha lugar a recortes”, insisten. ¿Cómo? Eso ya es un misterio por resolver. El tiempo no es ilimitado y hay ministros socialistas muy asustados, auscultando cuál puede ser la lanzadera para la indignación.
Hay demasiadas incertidumbres y faltan todavía muchas malas noticias por llegar.En no pocos sectores gubernamentales creen que la pérdida del año para el sector turístico va a suponer un daño de imposible reparación. “Era lo que nos faltaba, que los extranjeros tengan miedo de venir a España”, previenen altos funcionarios de la administración. Y, en efecto, está pasando.
Los mensajes de confianza y seguridad lanzados semanas atrás por nuestros gobernantes se han diluido. La fotografía, pesimista, se abre paso. Mientras España se encamina a marchas forzadas a un túnel de difícil diagnóstico, por parte del Gobierno todo se vuelve en agitar banderas ideologizadas, como la memoria histórica, la fiscalidad de la Iglesia o las leyes feministas y LGTBI. ¿De verdad creen que van a ser capaces de tapar con pólvora mojada lo que se le viene encima al país?