Chantaje al Rey Felipe
La Corona es objeto de una infumable presión de quienes defienden un nuevo periodo constituyente o se quieren marchar de España. Y el presidente lo tolera de forma irresponsable.
La trayectoria del Rey Felipe desde que llegara al trono hace ya casi siete años ha estado marcada por la discreción, la utilidad y el saber estar; lo que le ha granjeado una gran popularidad y respeto en todas las encuestas de opinión realizadas en distintos ámbitos.
La gira de los Reyes por toda España en plena resaca de una epidemia que está lejos de haber terminado, culminada el jueves en Asturias, es una prueba de ello: mientras los miembros del Gobierno no han dejado de recibir la indignación popular allá donde aparecían, no siempre con la educación exigible, los Reyes han constatado el afecto de la ciudadanía en cada uno de sus destinos.
El contrastes es tan evidente como artificial la polémica que, en torno a la vigencia de la Monarquía Parlamentaria como sistema político en España, pretenden impulsar quienes más visible hacen siempre su inquina, por distintas razones, al andamiaje constitucional que más prosperidad nos ha concedido quizá en la historia.
No es casual que los grandes promotores de un referéndum republicano sean o bien quienes quieren marcharse de España, caso de los partidos independentistas; o quienes deliran y mitifican un momento cainita y tétrico de nuestra historia, culminado con una horrible Guerra Civil; o quienes además de todo lo anterior tienen como referentes regímenes bananeros y liberticidas a los que se acercaría España de abrirse su pretendido "periodo constituyente".
Por todo eso no hay que confundir el necesario escrutinio de la vida de Juan Carlos I, en el ojo del huracán por comportamientos que en el mejor de los casos son antiestéticos y en el peor ilegales, con la inaplazable discusión sobre la institución, sometida en este momemento a una campaña de chantaje y denigración que hay que denunciar.
Que un partido de Gobierno como Podemos haya colocado la discusión sobre la Corona a la cabeza de sus prioridades es, además de una cortina de humo para tapar sus problemas de toda laya, un ejercicio de irresponsabilidad incompatible con su presencia en el Ejecutivo: solo por poner en discusión uno de los ejes de la arquitectura democrática española, Pablo Iglesias y los suyos debieran estar fuera del Consejo de Ministros.
Con Bildu antes que con el Rey
No se puede encabezar el sistema y ser a la vez un antisistema dispuesto a derruirlo desde dentro, utilizando los recursos y la representatividad que confiere precisamente eso que se quiere destruir. Y que el presidente del Gobierno lo tolere describe a la perfección su principal rasgo político: le sirve todo y acepta lo peor con tal de garantizarse el puesto que ostenta.
Que se haya normalizado casi todo en la vida política española no significa que sea normal, pero presagia lo peor. Y nada bueno puede esperarse de un Gobierno que incluye a populistas antisistema, depende de separatistas y tiene más palabras de respeto a Bildu que al Rey de España.