Pedro Sánchez se casa con Podemos en plena ola de chanchullos y escándalos
La imputación este martes de Podemos, su tesorero, y su secretario de Comunicación por presunta malversación es ya una línea roja. El colofón a una cadena de casos en varios frentes.
En esta ocasión no le vale a Pablo Iglesias el “comodín” de las cloacas del Estado. Se le ha desgastado el “victimismo”, a fuerza de utilizarlo. No cuela eso de todo un sistema tratando de derribar a un partido en crecimiento. Unidas Podemos ya es parte del sistema tanto o más que las denostadas formaciones de la vieja política, y hace tiempo dejó de ser una fuerza emergente.
Partiendo de esa premisa, el vicepresidente segundo del Gobierno sabe que en otoño tendrá que cruzar su peculiar Rubicón. Tal vez no lo quiera ver. Seguramente es mejor alejar las malas noticias. Pero su partido se dirige al trimestre más decisivo de su breve historia política y, sobre todo, institucional.
No son las cloacas ni una conspiración de poderes ocultos dirigidos por un comisario corrupto quienes han puesto negro sobre blanco los tejemanejes de la cúpula morada encabezada por Pablo Iglesias y Pablo Echenique, tan diligentes a la hora de encontrar las corruptelas de los demás y tan perezosos en investigar las propias. Vale mejor que nunca eso de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.
No. El foco en las corruptelas múltiples y encadenadas de Podemos lo han puesto un juez de Instrucción de Madrid, Juan José Escalonilla, el Servicio Ejecutivo de Prevención del Blanqueo de Capitales (Sepblac) y el mismísimo Tribunal de Cuentas en su reciente informe fiscalizador. A todos ellos hay que sumar la “manta” de la que ha comenzado a tirar el que fuese jefe de los Servicios Jurídicos de Podemos, José María Calvente.
Por todas estas investigaciones, aún en fase preliminar, hemos ido conociendo detalles que casan mal con un movimiento que se había otorgado a sí mismo la condición de adalid de la regeneración. ¿Quién cree ya que venían a limpiar la democracia española? ¿O en sus sanas intenciones de renunciar a la financiación bancaria para ser independientes? ¿O en que fijarían el sueldo de sus cargos públicos no más allá de tres salarios mínimos para alejarse de “la casta”?
Ahora sabemos, por ejemplo, que Pablo Iglesias no ha declarado los millones de euros en financiación paralela recibidos del régimen iraní a través de la productora que realizaba los programas que él presentaba en Hispan TV. Así lo denuncia el Sepblac, que alertó a la Policía de las irregularidades del partido de Iglesias.
Igualmente, según el “arrepentido” Calvente, en la antigua sede nacional de la calle Princesa había un reducido grupo vip de dirigentes que percibía sueldos en B, complementos en efectivo y una amplia gama de prebendas. “Prebendas” similares a las que utilizaron Pablo Iglesias y Pedro Sánchez para derribar a Mariano Rajoy, apoyándose en un párrafo de una sentencia del “caso Gürtel” enmendado después por la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional. Viva la impostura.
Y otro juez de la Audiencia Nacional, que investiga el “caso Morodo", siguer la pista el destino de millones de euros que el régimen de Hugo Chávez esquilmó de la empresa pública Petróleos de Venezuela y, según algunas informaciones, regaron las cuentas del exembajador de Zapatero en Caracas y de asesorías vinculadas a dirigentes de Unidas Podemos, entre ellos al siempre “viscoso” ideólogo del líder supremo morado, Juan Carlos Monedero.
Monedero, por cierto, es el protagonista de otro de los múltiples manejos que hemos conocido en estas horas, en este caso en un informe del Tribunal de Cuentas sobre los gastos electorales del partido morado y sobre los pagos a la controvertida firma Neurona (en el entorno del antiguo asesor y cofundador del partido) por campañas poco ajustadas a lo que marca la vigente Ley Electoral. Asunto del que todavía queda mucha tela que cortar.
Llama la atención que el mismo Pablo Iglesias que impuso al PSOE en el Congreso una comisión de investigación sobre la financiación de partidos (foro parlamentario que escondía en realidad una operación de linchamiento al PP como la que el partido de los círculos quiere levantar ahora contra Felipe VI) sea tan reticente en acudir al Congreso a sentarse ante el resto de grupos y “desnudar” las cuentas de sus siglas. Abrir las puertas y las ventanas es lo que el líder de ultraizquierda defendía en 2015. Ahora las cosas son bien distintas.
El "gran enigma"
En más de una ocasión, uno de los actuales ministros del PSOE, muy vinculado a Ferraz, ha ironizado en conversaciones privadas con que, pese a su “corta edad”, la financiación de Podemos “es uno de los grandes enigmas de la democracia”. Más que eso. Como diría Winston Churchill, es “un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma”.
Pero Pablo Iglesias no es ya el líder del 15-M llamado a “tomar los cielos por asalto”. Es un vicepresidente del Gobierno de España y tiene una silla en la Comisión de Seguridad Nacional y en la Comisión de Control del Centro Nacional de Inteligencia. Nada más y nada menos. Lo que le atañe ya no concierne solo a aquel “enfant terrible” de la política que salía en programas de televisión.
Algunos analistas juegan con la hipótesis de que, aprovechando el tsunami desatado por la marcha del Rey Juan Carlos y los repetidos desplantes de Pedro Sánchez, Iglesias plantee a su “Politburó” el abandono de la coalición que le sienta a él y a Irene Montero sobre la mullida moqueta del Consejo de Ministros. Que nadie se llame a engaño. El poder es el mejor pegamento del mundo. Y no están los tiempos en Podemos como para arriesgarse al frío que hace fuera del refugio de La Moncloa.
Tampoco a Sánchez le interesa que su coalición de Gobierno se trunque. No, al menos, a estas alturas del partido. Porque está convencido de que un pacto con el PP, más allá de temas coyunturales, le castigaría muchísimo ante un electorado, el socialista, al que ha moldeado hasta convertirlo a la imagen y semejanza de su “No es no”. Así que no cabe otra que seguir abrazado a ese “Unidas Podemos de los chanchullos”.