Pedro Pilato
Si en Roma al César lo del César y a Dios lo de Dios, en España, a Sánchez lo que es de Sánchez y también lo que nunca debería haber sido de él. Y en esas estamos.
Con una corbata a rombos azul marino, y con el paso liviano propio de un triunfador nato, por la mañana temprano del vigésimo quinto día del mes de otoño de octubre, en el atril entre las banderas de La Moncloa, apareció el presidente de España, Pedro Sánchez.
Así lo hubiera descrito Bulgakov. De la misma forma de la que hace ya 80 años describió al procurador de Judea, Poncio Pilato. Siglos de historia que separan al procurador de Judea del Presidente de la Nueva Normalidad no hacen más que confirmar su impresionante parecido. Dos ejecutores que cambiaron la historia para siempre: uno la del cristianismo y el otro la de España.
Poncio Pilato, el responsable ejecutivo del suplicio y la crucifixión de Jesús de Nazaret. Pedro Sánchez, el responsable ejecutivo de la ruina económica y social del país de España. Ambos – expertos en lavarse las manos cuando la cosa empieza a oler a desolación y muerte. Tan lejanos en el tiempo. Tan cercanos en el espíritu.
La única pleitesía que conoce Sánchez es la dirigida a sí mismo
Pero mientras Pilato le rendía pleitesía al César, Sánchez, como siempre un paso más allá de la Humanidad entera, la única pleitesía que conoce es la dirigida a sí mismo. Ya no hay medas tintas que valgan. Si hemos derrotado al virus, habrá que salir sin miedo a levantar la economía. Si volvemos a convivir con él, habrá que confinar de nuevo.
Eso sí, esta vez, habiendo aprendido ya de la incómoda experiencia de tener que pedir permiso al Congreso una quincena sí y otra también, el estado de alarma ya no se mide en semanas, sino en meses. Concretamente en seis. Hasta el 9 de mayo, si Sánchez quiere. Porque si en Roma al César lo del César y a Dios lo de Dios, en España, a Sánchez lo que es de Sánchez y también lo que nunca debería haber sido de él.
Y en esas estamos: con Barajas abierto de par en par como si el coronavirus tuviera miedo a las alturas, con la puntiaguda cuestión de la inmigración irregular sin solucionar como si tampoco le gustara en demasía el agua salada y con un presidente que en casi un año de pandemia no ha aprendido, aun teniendo el enorme privilegio de contar con tantos y tan reconocidos expertos, reaccionar a tiempo.
Y entonces hace menos una semana, según el doctor Simón que nunca llegó a ser tal, estábamos ante la estabilización de la segunda ola, mientras que a día de hoy nos enfrentamos a un toque de queda de 23:00 a 06:00 que además tenemos que llamar “restricción de movilidad nocturna”. No vaya a ser que alguien nos confunda un país sanchísimamente democrático con un régimen que no lo es.
No está claro cuánto terminará durando el estado de alarma, pues, habiendo asegurado Ciudadanos su apoyo para aprobarlo, salvo algún "no" de última hora, ya no se necesitarán los votos del PP ni de Vox para dicho fin. Lo que sí queda cristalino es que, dure lo que dure y salga como salga, el Pilato ibérico no dudará en mirar hacia otro lado, echar la culpa a las comunidades autónomas o a la irresponsabilidad ciudadana. Porque para algunos, el lavarse las manos, lejos de ser un remedio preventivo contra el Covid, es el propósito de toda una vida al servicio a sí mismo.