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La “estalinización progresiva” de Sánchez con Iglesias y Otegi

El presidente ha cruzado todas las líneas rojas para convertir su supervivencia en el único objetivo: ni la crisis ni la pandemia son más importantes que mantenerse en el poder.

Sánchez e Iglesias

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Pedro Sánchez va a la deriva. Está superado por la envergadura del desastre que él mismo ha ido tejiendo a lo largo del aciago 2020. Intramuros de La Moncloa se saben sentados sobre un barril de pólvora. Son conscientes de la magnitud de la crisis, que aún debe hacerse presente con toda su virulencia. Peste y hambre son un cóctel muy difícil de sortear para cualquier Gobierno. Máxime para uno que ha mostrado tanta incompetencia.

Los nervios resultan un modo de calibrar el mal momento. Una inquietud que se acrecienta al oírles confesar que les han pillado "con las manos en la masa”. La tensión del entorno presidencial se hizo evidente en el intento de recortar la libertad de expresión por medio de un organismo de nueva creación, el Comité Permanente de Desinformación.

Por mucho eufemismo que quiera utilizarse y pese al azúcar para que la pastilla sepa mejor, hablamos de censura con todas las letras. Censura incompatible con un sistema democrático.

El argumento de combatir campañas que –presuntamente- pongan en peligro la Seguridad Nacional sólo es una verdad a medias. La realidad es más cruda cuando se mira todo el contexto. Dejar ese sospechoso invento en manos de Iván Redondo, jefe de Gabinete del presidente, y de Miguel Ángel Oliver, secretario de Estado de Comunicación, dos “fontaneros” a la altura del relativismo de Sánchez, es dotar de un arma peligrosísima a quienes son unos convencidos de que el fin justifica los medios.

Agarrarse al rupturismo de Iglesias o dejar que el terrorista Otegi le eche una mano, aun a costa de llevarse por delante sus propias promesas y la dignidad del PSOE

Cualquier cosa con tal de blindar al jefe en el poder. Seguimos en esa disparatada carrera del sanchismo. Lo demás es hojarasca. Como Iñigo Errejón denuncia, refiriéndose a su antiguo amigo Pablo Iglesias, que por momentos pasa por ser de verdad quien lleva las riendas gubernamentales, la “estalinización progresiva” para concentrar un poder absoluto.

Fijémonos, por ejemplo, en las ansías por controlar la información en los momentos más duros de la pandemia, cuando la guardia de corps de Sánchez creó para las comparecencias del Gobierno un sistema de información a su medida.

Se seleccionaban todas y cada una de las preguntas formuladas por la prensa. Ellos elegían qué entraba y qué no. Por tanto, orientaban cada una de las convocatorias. Sólo la enorme presión de los profesionales y de las asociaciones de prensa, que protestaron enérgicamente, forzó la marcha atrás de La Moncloa.

Entonces, como ahora, se trataba de poner bajo vigilancia qué mensajes llegan a la sociedad y cuáles no. Tener a un país anestesiado con el miedo a la pandemia, bajo un estado de alarma que dota al presidente de poderes excepcionales, con un Sánchez que ya ni admite preguntas de la prensa.

Curioso lo de sus últimas salidas para reunirse con presidentes autonómicos, donde no ha habido más que discursos a través de Youtube, sin presencia de periodistas salvo los medios gráficos. El criticado “plasma” de Mariano Rajoy, al lado de lo que ahora ocurre, era una broma. El presidente teme la calle, vive bajo el síndrome de La Moncloa tras poco más de dos años durmiendo en el palacio presidencial. Un horror.

Ante la ausencia de logros que ofrecer a los españoles, entre los objetivos no confesados de Sánchez figura impedir que la oposición pueda regresar al Gobierno. Así de sencillo. Hacer imposible la alternancia cuando el presidente se prepara para resistir un horizonte desastroso de empobrecimiento colectivo.

En el búnker

El proyecto de Presupuestos Generales del Estado deja ya a la vista un incremento del 20% en la factura por desempleo para el próximo año, hasta superar los 25.000 millones de euros. Está por ver que España pueda soportar una cifra de parados jamás vista.

De eso se trata, por tanto, para Sánchez. De pertrecharse de todas las maneras a su alcance. De vivir bunkerizado alejado de la protesta. Por complicado que vaya a ser maquillar dramas económicos que sufren directamente las familias.

En realidad, un suma y sigue tras su intento de asaltar por las bravas a los jueces o la imposición de seis meses de estado de alarma “cerrando” el parlamento…

Como el que lucha agónicamente contra el cansancio nadando sin fuerzas hacia la orilla, el presidente del Gobierno desea evitar que se esparzan culpas y críticas a su fracaso en la gestión de la crisis del coronavirus.

Y para ello le sirve cualquier cosa. Agarrarse al rupturismo de Iglesias o dejar que el terrorista Arnaldo Otegi le eche una mano, aun a costa de llevarse por delante sus propias promesas y la dignidad del PSOE.

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