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El verdadero plan del Gobierno Frankenstein: controlar España hasta 2027

La alianza de este PSOE con el nacionalpopulismo de Podemos y los secesionistas, incluido Bildu, no es flor de un día: la hoja de ruta va para largo y quiere cambiarlo todo.

Sánchez, entrando al Congreso

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“Pedro Sánchez es una roca. Pero hasta las piedras macizas tienen vetas en su interior”, me cuenta por teléfono un ex dirigente del PSOE. En los últimos días, “la mancha” de Bildu se ha extendido como la tinta, salpicando desde La Moncloa a Ferraz pasando por las federaciones socialistas.

El paisaje no puede ser más degradante: el presidente del Gobierno, volcado en amarrar una arriesgada mayoría para garantizarse la legislatura; la Justicia, a la espera de que le asesten el golpe de gracia; las instituciones, cogidas con alfileres; un horizonte económico y social donde todo está abierto en canal; y unas alianzas cuyo fin es derrumbar el edificio común. ¿Catastrofismo? Más bien una foto real que define en gran parte el panorama político presente.

Que el refuerzo al PSOE venga de los partidarios de tumbar el “régimen” del 78 representa un salto que ya veremos a dónde lleva a los socialistas. Parece que a nada bueno. Y, por supuesto, al conjunto del país. Quienes pudieron fantasear con que Sánchez iría reduciendo sus ataduras con Pablo Iglesias y con el tóxico conglomerado secesionista según encauzara su mandato van asumiendo su error de cálculo.

Entre ellos, esos sectores más tradicionales del socialismo cuyo conato de rebelión -concertado, si hacemos caso a los cercanos al presidente- ha durado apenas 72 horas. Salgan todos de la ensoñación: la alianza Frankenstein ha sido concebida desde las interioridades de La Moncloa para llegar al menos hasta 2023, e incluso con el objetivo de conquistar 2027.

Aunque habrá quien piense que es el cuento de la lechera cuando el campo de batalla al que se enfrenta es una crisis de tal envergadura que puede dar al traste con cualquier proyecto político.

Pocas dudas caben de que, a grandes trazos, el escenario va a estar marcado por el comportamiento desbocado de Sánchez. Un líder del PSOE que maniobra siempre en clave personal, obsesionado con taponar las grietas de un Gobierno débil y preso del chantaje de la amalgama con la que ha decidido asociarse.

Para el presidente, la opinión pública es un problema. Se ha visto con el camino emprendido para normalizar a los bilduetarras como un actor político más. Sánchez no tuvo más remedio que, tras su arreón inicial de caballo de carreras, hacer una parada de mula. Despojado de coartadas, y sin altura de Estado, no le ha quedado otra que intentar dar la vuelta a la realidad cerrando el debate interno. Todo ha sido un ejercicio de indecencia.

La alianza Frankenstein ha sido concebida desde las interioridades de La Moncloa para llegar al menos hasta 2023, e incluso con el objetivo de conquistar 2027.

Si Sánchez fuese consecuente con su alegato ante la Ejecutiva Federal, cuando apabulló con su defensa de que ETA ya acabó hace 10 años y la prioridad era y es sacar adelante las cuentas públicas, debería ser capaz, en su deriva, de recibir a Arnaldo Otegi en el Palacio de La Moncloa.

Así me lo explica el ex dirigente socialista con quien mantengo la conversación. Pero no lo hará. Porque los españoles están muy lejos de asumir la escenificación de un acuerdo del PSOE con Bildu. Los trackings en manos del equipo demoscópico monclovita así lo manifiestan, y esa razón basta para los estrechos colaboradores del presidente del Gobierno.

“Otra cosa es la foto Iglesias-Otegi. Todo tiene sus tiempos”, apunta con aprensión el mismo interlocutor de la “vieja guardia”, que en tiempos decidía la marcha del partido desde la sala de mando de la sede de Ferraz. Desde luego nada está escrito, pero, por ahora, es entre bambalinas donde con profusión se mantienen las conversaciones, alejadas de los micrófonos y las cámaras.