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Un año de Pedro Sánchez, de largo el peor presidente de la historia de España

Este Gobierno ha agravado todos los problemas sobrevenidos en un tiempo terrible y ha generado otros, muy graves, que no existían y ha inducido de manera irresponsable.

Pedro Sánchez

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Se cumple un año de la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno y ni en la peor de las pesadillas el balance hubiera sido peor. Nada funciona en España y, a los problemas inevitables como la pandemia, se le han añadido otros irresponsablemente inducidos por el peor Ejecutivo de la democracia.

Incluso en la crisis sanitaria, motivada por un virus ajeno a la responsabilidad de cualquier dirigente, su rendimiento ha oscilado entre la negligencia, el error y el ocultismo.

Primero desechó las incontables alertas internacionales; después escondió su retraso con un estado de alarma tan prolongado como ineficaz y, finalmente, se quitó de en medio, dio por vencido al virus y ha alimentado la tercera ola con su indiferencia absoluta. La misma que le lleva, aún hoy, a esconder hasta la cifra real de fallecidos.

Grave crisis institucional

De todo ello se ha derivado una crisis económica sin precedentes, que va a hipotecar el país tal vez por décadas y se demuestra con la cadena de estragos en todos los epígrafes: el paro, la deuda y el déficit están desbocados, a niveles solo superados en el mundo por Argentina; el cierre de empresas se cuenta ya por decenas de miles y los remedios anunciados son inútiles o contraproducentes. Porque más gasto público con dinero europeo y más impuestos solo agravarán el drama.

Sánchez ha agravado todos los problemas sobrevenidos y ha creado otros nuevos en la peor gestión desde 1978

A todo eso, se le añade una crisis institucional sin precedentes, sustentada en una agenda ideológica frentista que divide como nunca a la sociedad española, resucita fantasmas absurdos del pasado y excava trincheras donde deberían construirse puentes.

En lugar de entenderse con el PP; Sánchez ha optado por hacerlo con Podemos, Bildu o ERC; convirtiendo en propia una hoja de ruta marcada por la fractura, el populismo y el desafío a la Constitución.

La degradación democrática que supone atacar a la separación de poderes; poner en discusión el papel de la Corona o avalar las aspiraciones rupturistas del separatismo completan un cuadro desolador y retratan la catadura política de un presidente que en el pasado hipotecó los valores clásicos de su propio partido y, en el presente, alquila los cimientos del país: entonces fue para llegar y ahora es para perpetuarse. Y siempre, al precio que sea.

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