El último carnaval del Gobierno: defender a un rapero que quiere poner bombas
La degradación definitiva del sanchismo ha llegado con la defensa de un violento que apela a la libertad de expresión para fomentar el terrorismo. Es un capítulo más entre muchos.
Estamos en la semana de carnaval y de miércoles de ceniza, la cara y cruz de la vida real. Es la semana en la que tradicionalmente se contrapone el desenfreno y la penitencia, las máscaras que ocultan la realidad y la realidad misma. Esta metáfora de la propia existencia humana, cada vez más se intensifica en la realidad política española.
Estamos en la semana de resaca de las elecciones autonómicas en Cataluña en las que se ha producido un sorprendente baile de máscaras. El símbolo del disfraz carnavalesco ha sido el candidato socialista Illa que se ha disfrazado de moderado para que le votaran los moderados, en cambio, tanto la Fiscalía como el propio Gobierno, han permitido hacer campaña a los presos golpistas para garantizarse el apoyo en Madrid.
Las máscaras han ido y venido entre candidatos, siempre ocultando un plan final que es seguir gobernando en la Moncloa unos, y seguir avanzando en su hoja de ruta populista otros. La sorpresa de estas elecciones, entre tanto disfraz y engaño, ha sido independientemente del resultado, Alejandro Fernández que ha demostrado honestidad, nivel intelectual, ideas e inteligencia. No ha necesitado insultar para sobresalir. No ha sido preciso disfrazarse para engañar y no ha necesitado mentir para convencer de su solvencia.
Pero el problema de nuestra democracia ha vuelto a emerger después del paréntesis de baile de carnaval que han supuesto estas elecciones. Hemos podido comprobar que la solución de España no está en quién insulta más o en quién recurre más a las bajas pasiones, o en quién es más populista.
La solución está en quién puede hacer, de la forma más efectiva posible, que Pablo Iglesias deje de ser vicepresidente del gobierno y por tanto, que el partido “sanchista” deje el paso libre al partido socialista. Ese es el camino que debemos encontrar los moderados de España.
No podemos combatir la mentira con más mentira, la máscara con otra máscara, porque al final, llega el miércoles de ceniza que alcanza a todos y quedan al aire todas las vergüenzas y los pactos ocultos celebrados en las cloacas del festival.
Se intenta reformar la ley, retorcerla, reinterpretarla y moldearla, para garantizar indultos a golpistas, a raperos que defienden utilizar bombas contra ciudadanos, para blanquear terroristas
La realidad es que España ha caído en la percepción mundial de calidad democrática desde que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias gobiernan nuestro país y no por las razones alegadas por nuestro vicepresidente comunista, sino por su propia acción política que ha provocado la prevención de muchos demócratas. El problema consiste en que nunca España ha tenido unos gobernantes que estén haciendo todo lo posible para destruir nuestra dignidad democrática.
Por eso nuestra democracia ha bajado puestos en el ranking mundial de lucha contra la corrupción, motivado por la gestión de la pandemia y las sospechas de la contratación opaca mientras se cerraba el Portal de Transparencia, también acrecentada por las sospechas de utilización por parte de la Moncloa de la Fiscalía General del Estado para perseguir al adversario político e intentar influir en el electorado.
Retorcer la ley
Pero lo más grave es que se intente reformar la ley, retorcerla, reinterpretarla y moldearla, para garantizar indultos a golpistas, a raperos que defienden utilizar bombas contra ciudadanos, para blanquear terroristas, para socavar la monarquía, para legalizar el odio contra la religión y en definitiva, para fijar en la diana a los adversarios convirtiéndolos como enemigos a los que hay que conseguir borrarlos socialmente.
Por eso ha llegado la hora de quitar máscaras y ver las caras de los actores, y poder afirmar que hay que ganar al populismo venga de donde venga, se llame sanchismo, comunismo o negacionismo, puesto que son distintas caras de la misma realidad. Es la hora de activar a la España que triunfó en la Transición y explicar que nunca España ha sido más fuerte y respetada que cuando se rechazó el odio salido del estómago y se abrazó el sentido común nacido del cerebro.