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Una (humilde) carta a Airada Montero

¿Pero de verdad, Irene, cree usted que tiene que enseñarnos quién son nuestras madres, esposas, hijas o compañeras? Peor aún, ¿se atreve a enseñárselo a ellas?

Irene Montero

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Querida Irene, estimada señora Montero:

Tengo que decirle que no comparto nada algunas de las más feroces críticas que usted recibe casi a diario, empezando por esa que explica su promoción a ministra de Igualdad por su relación con Pablo Iglesias y la influencia que éste pudiera tener en las designaciones que Pedro Sánchez tenga a bien hacer para llevar a España desde la nada hasta las más altas cotas de indignidad.

No es que acumule usted demasiados méritos, pero los deméritos que le achacan no son peores ni mejores que los de tantos otros que, su entorno, alcanzan puestos similares. Que usted lo haga por ser pareja del Marqués no es más indecoroso que lo de Alberto Garzón en el Ministerio de Consumo Gusto ni el de Manuel Castells para encabezar a las Universidades y hacer buenos, que ya es de ser malo, a los mismísimos rectores, esa recua de birretes a los que algún día la sociedad pedirá cuentas.

Incluso le diría más: sus deméritos quedan compensados sobradamente, algo que ni Garzón ni Castells pueden decir, por encargarse usted personalmente de Pablo Iglesias, una tarea impagable que justifica sus emolumentos y aun los hace inferiores a los merecidos: solo por contener enjaulado al macho alfa, al azotador de marilós, al tío más machista en varias millas, al barón dandy del momento, se ha ganado usted lo que la sociedad ha ido perdiendo en relación inversamente proporcional al enriquecimiento de su familia.

Querida Airada Montero, ya sé que usted se cree Beauvoir como el flipao de su marido se cree Sartre. Pero son un par de indocumentados que no saben de lo que hablan

Verá, le escribo estás líneas por delegación de todas las mujeres que tengo y he tenido la suerte de ver a mi alrededor. Cada vez que usted berrea con el 8M, se saca de la axila una Ley como la del “Sí es sí” o confunde la transexualidad con el tocino, veo una reacción airada en casi todo el mundo que me preocupa y siento que, frente a la caricatura que usted hace de las mujeres, alguien debe recordarle al resto que hagan el favor de pensar en sus chicas para no tirar el agua sucia de la bañera con el bebé dentro.

Más feminista es esto

Basta con pensar en la esposa, madre, abuela, tía, sobrina, hija, amiga o compañera para darse cuenta de un par de cosas: que no necesitamos de la brasa de señoras como usted para quererlas, admirarlas y defenderlas y que, efectivamente, ellas lo tienen más difícil.

Pero precisamente porque eso es así, porque ser mujer es más jodido que ser hombre y ser hombre ya es jodido, no se me ocurre nada más feminista que evitar por todos los medios que su pelea tranquila, su esfuerzo de generaciones, su épica de andar por casa y su heroico avance durante décadas quede de repente escondido y asaltado por una banda de hiperventiladas que además de cosificar al hombre, adoptan a la mujer y la someten a un bochornoso paternalismo, por su bien, en su nombre… pero sin contar con ellas.

O sea, que mi madre ha pasado de doblarse la cerviz para lograr que no le hiciera falta la firma de su marido para comprar un coche y a ponerse minifalda por montera entre alaridos de urogallos convenientemente silenciados por ella y tantas como ella a que usted, y las trastornadas de su Ministerio que ven heteropatriarcal hasta llamarse Alfredo salvo que estés dispuesto a cambiarte a Conchi, le prohíban ser azafata de las motos GP o le digan que, para ser mujer de verdad, hay que ser mujer como lo son todas ustedes.

A igual que todos vemos en la mujer a las mujeres que nos han parido y enseñan cada día, ustedes podrían ver en la mayoría de los hombres lo que supongo que tendrán y habrán tenido a su alrededor: dudo de que sus parejas, padres, abuelos, hijos, hermanos, tíos y colegas se correspondan con el pérfido retrato robot del hombre que sin embargo ustedes difunden.

Pero si acaso han tenido la mala pata de dar con hueso en todas sus relaciones familiares, afectivas o laborales, les recomiendo que vayan a un especialista en lugar de al BOE a convertir en categoría legal su sufrimiento personal.

¿Y la vacuna de la abuela?

En España no es fácil ser nada hoy en día, salvo político y todo lo más empleado público, pues ya se cuidan todos ustedes de evitarse la crisis que el resto padece y de convertir en derechos exclusivos lo que siempre han sido privilegios pero ahora, con tanta carencia, son directamente atracos: si hasta han tenido el hocico de vacunar antes a administrativos de un centro de salud cerrado al público desde hace un año que a una abuela de 89 años.

Y como es sencillo ser nada, ser mujer es todavía más chungo: trabajan dentro y fuera, sus salarios son de medio pelo, son más observadas cuando ganan y más zaheridas cuando pierden y, en el rizo de los rizos, tienen por defensoras oficiales a unas locas chillonas que sostienen que la heterosexualidad es patriarcal; que les enseñan a tener relaciones sexuales; que les dicen que la maternidad es un atraso y, con perdón, que hacen que todas parezcan idiotas, simples, histéricas, ñoñas, blandas, maniáticas y petardas cuando ustedes hablan de ellas.

Querida Airada Montero, ya sé que usted se cree Simone de Beauvoir como el flipao de su marido se cree Jean Paul Sartre. Pero son un par de indocumentados que no saben de lo que hablan porque todas sus vidas han transcurrido en despachos universitarios o chalés de verja alta y han descubierto, con habilidad, que la mejor manera de hacer negocio es tensar causas nobles hasta el máximo, vivir de ellas y, en la medida de lo posible, hacerlas parecer irresolubles para que su chiringuito no tenga que chapar.

Basta con pensar en la madre propia para darse cuenta de un par de cosas: que no necesitamos de la brasa de señoras como usted para admirarlas y defenderlas y que, efectivamente, ellas lo tienen más difícil

No solo no han arreglado ni uno solo de los problemas de las mujeres, sino que se han inventado otros que no existen y han quintuplicado los que ya existían, con el drama del paro femenino a la bandera de todos ellos. Ni mueren menos, ni bajan las maltratadas, ni ese machismo congénito que aún tienen algunos pollinos ha desaparecido.

Pero ante eso ustedes publican guías chistosas, se disfrazan de las brujas de Zugarramurdi, se colocan todas ustedes con salarios que nadie más les pagaría e intentan usurpar los valores de la igualdad para librar otra de sus agotadoras batallitas por la “hegemonía cultural”, más vista ya que el culo de Quevedo de espaldas.

Han hecho de la causa más noble y mayoritaria -¿pero usted se cree que tiene que enseñarnos a los hijos, esposos o hermanos qué es una mujer?- una incómoda batalla, llena de enemigos imaginarios, leyes torticeras, discursos delirantes y soplacoñeces inmundas. Y lo único que han logrado con ello es vivir ustedes del cuento, princesitas de extrarradio con principitos de polígono.

Si quieren conocer a mujer de verdad, salgan alguna vez a la calle. Escúchenlas. Y vayan luego rápido, de urgencias, al otorrino. Las lesiones serán graves.

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