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Iglesias merece toda la solidaridad... y todo el repudio y el ostracismo

Las amenazas de muerte recibidas exigen una condena unánime y sin matices. Y la complicidad de Iglesias con la violencia reclama también su marginación urgente de la política.

Pablo Iglesias

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La evidente sobreactuación electoral de Pablo Iglesias a propósito de las amenazas de muerte recibidas por él, Marlaska y la directora de la Guardia Civil no deben distraer a nadie de una premisa: la violencia se condena siempre. Venga de donde venga y la padezca quien la padezca. Es un punto de partida innegociable, incluso en los casos de personas o partidos que no lo aplican o lo aplican a ratos.

Que Iglesias y Podemos se hayan caracterizado por jalear, disculpar o incluso institucionalizar la violencia, no cambia esa máxima. Es cierto que ellos han incentivado las algaradas callejeras; blanqueado a Otegi; impulsado las agresiones a VOX y, en general, trazado una repugnante y amoral división entre violencias buenas y malas y víctimas dignas de respeto o de desprecio.

Todo ello es tan evidente como gravísimo, mucho más sin duda que unas cartas anónimas que, mientras no se demuestre lo contrario, son ciertas. Y tan escandalosas como de inferior enjundia al comportamiento de Podemos, por una razón elemental: no es lo mismo instigar la violencia desde el anonimato, la clandestinidad y probablemente la soledad más alocada; que hacerlo desde las instituciones. Que es lo que el partido de Iglesias, por acción u omisión, lleva años haciendo.

La violencia se condena siempre. Incluso cuando la sufren quienes la jalean y la quieren luego utilizar para el 4M

Pero para hacerle estos reproches, sin miedo a la réplica de sus más fanáticos seguidores, hay que empezar por el principio. Que es la condena a lo que ellos sufran, la exigencia de una investigación a fondo y la depuración penal del comportamiento indeseable de quienes hayan cometido la barbaridad de enviar cuatro balas amenazantes a cargos públicos dignos de toda la protección y solidaridad.

Iglesias, mejor fuera

A partir de ahí, se pueden hacer otras consideraciones. La solidaridad con Iglesias, que ha de ir complementada con el señalamiento de sus excesos y de su cinismo, no incluye bajo ningún concepto el seguidismo a la utilización electoral que intenta hacer de ella, para salir de la irrelevancia política que sugieren los sondeos.

Ni está en juego la democracia, ni en España campa a sus anchas el fascismo ni, desde luego, Podemos es alternativa alguna para frenar esa lamentable fabulación con la que pretende compensar su desprestigio, fruto de su incompetente gestión, de su populismo empobrecedor y de su ruina moral y política.

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