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Ely del Valle

Instagram no da la felicidad aunque seas Fiona Ferrer

Detrás de cada fotografía hay una historia... y no siempre es perfecta

Instagram no da la felicidad aunque seas Fiona Ferrer

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Tendemos a pensar que los guapos, ricos y famosos son personas felices por definición, tendencia que se ha acentuado y mucho desde que existen las redes sociales donde nadie sube fotos mostrando sus miserias, ni mucho menos las acompaña con un texto deprimente. Un buen encuadre; mano para maquillarse –cuando no se tira de estilista profesional­–; sonrisa perfecta y millones de seguidores que, obviando que la vida se disfruta en tres dimensiones y no en dos, envidian lo que no suele ser más que un decorado de contrachapado que muy pocas veces se transforma en un Pinocho de carne y hueso.

El ejemplo lo tenemos en Fiona Ferrer, icono en el que a diario se fijan cientos de miles de mujeres; santo y seña del estilo por excelencia y envidia , unas veces sana y otras no tanto, de quienes están convencidos de que una fotografía es el espejo del alma.

Fiona ha tenido la valentía de tirar de telón para mostrar lo que hay en el backstage del mundo de la moda, de las y los influencers y de los bloggeros autoconvertidos en faros del glamour, prestándole a Frida, la protagonista de su novela “La estilista”, una gran parte del ADN propio con sus pros y sus contras; con sus focos y sus penumbras.

Nadie es feliz cada minuto de cada día. Ni siquiera lo son todos los que posan en el escaparate de Instagram durante la fracción de segundo que dura el click de la cámara

Dice Fiona que del mundo de la moda solo vemos lo que se nos muestra que siempre es amor y lujo pero que detrás hay vidas como las de cualquier hijo de vecino. Pasear por una alfombra roja con dolor de muelas sin que se te note no es más atractivo que sufrirlo sin tapujos desde tu puesto de cajera en un centro comercial, o en la oficina, o pasando la fregona . Nadie es feliz cada minuto de cada día. Ni siquiera lo son todos los que posan en el escaparate de Instagram durante la fracción de segundo que dura el click de la cámara. Es más, esa presión de tener mostrarte siempre divina por narices para que nadie intuya que eres una persona como las demás, acaba muchas veces en trastornos de alimentación, depresiones y episodios de ansiedad que tampoco puedes confesar en público porque se te cae el tenderete.

Fiona Ferrer no es Vargas Llosa ni falta que le hace porque lo suyo es el mundo empresarial que tampoco es una bicoca. A ello hay que sumarle, en su caso, la obligación de estar siempre perfecta aunque su pequeño mundo, el que de verdad nos rodea a cada uno de nosotros, se esté derrumbando. Nos fascina la envoltura pero detrás tiene músculos, venas, pulmones, cerebro y corazón. Nadie diferenciaría su radiografía de la de cualquier ser humano, y eso es al final la moraleja de una novela que unos devorarán con espíritu de groupie y otros leerán para conseguir unas horas de satisfacción constatando que al final nadie es tan diferente a nadie y que el sufrimiento, las zancadillas, los trepas, y la necesidad de llorar a moco tendido por una felicidad que solo se deja entrever en chispazos o en fotos impostadas son las piedras que todos nos encontramos en el camino, ya sea este de esparto o de seda salvaje.

Fiona lo cuenta tal y como lo vive y solo por eso, por bajarse ella solita del pedestal, se merece un Like del tamaño del Vaticano.

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