El humilde medallero de Tokio retrata la modesta realidad nacional de España
No hay que engañarse: España está estacada desde hace casi 20 años en las Olimpiadas, un indicio de la debilidad de un proyecto nacional lastrado desde dentro.
España cerró los Juegos de Tokio con 17 medallas, en una línea similar a las últimas ediciones del mayor acontecimiento deportivo del mundo: desde las once de Sidney en 2011, la delegación nacional ha logrado en torno a la veintena de metales en Atenas, Londres o Río de Janeiro, lo que confirma sin duda un estancamiento en la zona media del medallero.
Seguramente este resultado retrata nuestro nivel real en el mundo, y no solo en el ámbito deportivo, como potencia media en todos los órdenes: en el político, el económico y el diplomático. Por grandes figuras que haya en modalidades individuales y grandes gestos de equipos; España no está en condiciones de medirse con las grandes potencias cuando se reúnen todos los deportes imaginables en un único evento.
La designación como ministro de Deportes de alguien tan alejado de él como Miquel Iceta o la utilización de la Secretaría de Estado como mera compensación para los amigos políticos de Pedro Sánchez, con casos como Irene Lozano o José Manuel Franco; demuestra igualmente la importancia que le da el Gobierno al deporte, una de las mejores plataformas para lanzar la imagen de un país.
Las modestas 17 medallas obtenidas por España en la Olimpiada de Tokio son, por todo ello, un síntoma de un problema mayor
Y tampoco ayuda, junto a esa laxitud institucional, el deterioro de la identidad nacional en el día a día, coronado por la sonrojante imposición de sanciones y vetos a quienes, en Cataluña, cuelgan banderas de España, quieren ver un partido en una pantalla gigante o esperan que se cumplan la ley y se instalen imágenes del Rey es las sedes institucionales señaladas por ley.
Una Nación en crisis
Hubo una vez en que España pareció superar esa crisis de identidad casi sistémica, con la concatenación den Barcelona y Sevilla de una Olimpiada y una Exposición Universal, pero de aquello han pasado ya treinta años y, lejos de reforzarse esos sentimientos, se han debilitado como nunca.
La emoción nacional no es necesariamente un sentimiento excluyente de otras identidad compatibles existentes en toda Nación con abolengo, y su salud suele ser indicio de un progreso mejor y mayor. En el sentido contrario, minarla debilita a las sociedades y perjudica a sus intereses: las modestas 17 medallas obtenidas son, por todo ello, un síntoma de un problema mayor.