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Ely del Valle

Marie Kondo no es para mí

La japonesa se apunta un sonoro fracaso. Lo he intentado y no hay manera...

Marie Kondo no es para mí

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Se ha hecho mundialmente famosa convirtiendo un TOC, el del orden compulsivo, en un negocio multimillonario. Ahora no hay influencer ni personal shopper que no aplique su método de envolver camisetas, calzoncillos y calcetines. Bien por ella. Visto sobre el papel, la cosa parece sencilla y quedan unos armarios preciosos, así que aprovechando las vacaciones he decidido que ya era hora de hacer un Marie Kondo en ese cajón "desastre" que es el mío. Con su célebre método bajo el brazo me he puesto manos a la obra.

Primera regla: tomárselo con tranquilidad, relajarse, no tener prisa y crear un ambiente agradable. Perfecto. Cervecita para empezar, cigarrillo de preámbulo ( sí, ya sé que prometí dejar de fumar este verano. Es algo que hago todos los años. Lo de prometer, digo), música de Michael Bubblé, y al ataque. Paso uno: sacar toda la ropa y ponerla por montones. Vale. Eso se hace rápido… eso sí, la habitación se ha transformado en una trapería, capaz de provocar sudores fríos a un senegalés. De pronto salen a la luz vaqueros de cuando todavía iba a las discotecas y las caderas me medían siete centímetros menos; camisas blancas, ocho; zapatos de chúpame la punta que harían las delicias de Locomía; camisetas que creía que habían mutado en trapos hace años y aquel vestido que me puse sólo para una boda y que me mira con cara de reproche porque ahí sigue colgado aunque me costó un ojo de la cara.

Dos horas después y todos los grandes éxitos de Michael Bublé finiquitados, he desechado dos camisetas y tres bragas.

Paso dos: Dice Marie Kondo que debo deshacerme de todo lo que no me sienta bien, lo que no es de mi talla, lo que está pasado de moda y lo que no me he puesto en el último año. Aquí empieza el lío. Lo que me sienta bien o no es relativo y sobre todo, subjetivo. ¿Qué hago? ¿Llamo a Maria Grazia Chiuri, diseñadora y estilista de Dior para que me diga las verdades del barquero?, ¿me fío de lo que dice mi marido que es un santo y todo le parece estupendo?, ¿hago caso del criterio de mi madre, que siempre piensa, aunque no lo verbalice, que los vestidos a media pierna me sientan como un tiro aunque yo me veo monísima o sigo mi instinto?. Esto último es peligroso, porque si me compro algo es porque pienso que me queda ideal, y como todo lo que tengo me lo he comprado yo… Segunda cerveza y opto por probármelo todo. Dos horas después y todos los grandes éxitos de Michael Bublé finiquitados, he desechado dos camisetas y tres bragas.

Es verdad que dos de las ocho camisas blancas me abrochan lo justo, que otra tiene hombreras y que hay una más de diseño incierto, pero ¿quién me dice a mí que de aquí a, pongamos cuatro meses, no voy a adelgazar los tres kilitos ( bueno, cinco) que me sobran o que Maria Grazia Chiuri no va a volver a poner de moda los puños como manguitos de banquero judío?. En este punto, Marie Kondo aconseja cerrar los ojos y desechar con el argumento de que cuando adelgace o vuelvan modas de antaño, lo que querré es comprarme ropa nueva. Sí, claro. Pero además, porque a lo mejor no encuentro una camisa como esa que voy a tirar y es tan mona… Otro cigarro, me armo de valor y meto en la caja de vender por Vinted dos faldas, una blusa que todavía tiene la etiqueta de la tienda, tres jerseys y una chaqueta que me tira de la sisa. A los diez minutos saco una de las faldas y la blusa con la etiqueta que vuelven al armario, por si acaso.

Total, a las cuatro horas veinte minutos, mi armario vuelve a estar atiborrado y la habitación es un caos de camisetas, bragas y calcetines que hay que doblar con minuciosidad de orfebre y colocar en cucos sobrecitos por los colores hasta que cada cajón parezca una caja de acuarelas. Hora y media más de curro. Y lo peor de todo es que se supone que a partir de ese momento hay que mantenerlo así, algo que como lo de fumar y lo de adelgazar, me he propuesto firmemente al calor de la sudada que me acabo de pegar pero que sospecho que voy a incumplir (como lo de fumar y adelgazar) en cuanto deshaga el paquetito de las camisetas y me salgan más arrugadas que la rodilla de un elefante. Además, no sé por qué me da, que esa falda que no me pongo desde 2014 y que ha ido a parar al cajón del adiós, ayer me vendría fenomenal para combinar con una camiseta que me acabo de comprar. Resumiendo, que si algo le debo al método de marras es haber perdido unos trescientos gramos en líquidos de tanto ponerme y quitarme ropa en plena ola de calor sahariano. Por lo demás, solo lo recomiendo si una es japonesa y una obsesa del orden, que no es el caso.