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Ely del Valle

La valentía de tener un trastorno mental y contarlo

Las enfermedades mentales son en nuestro tiempo lo que la lepra en la Edad Media: estigmatizan, avergüenzan y nos dan miedo

La valentía de tener un trastorno mental y contarlo

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Me gustan las personas valientes. Como a todos, supongo. Y no me refiero a los que se juegan el tipo en su profesión, o con sus aficiones, o por puro amor a la adrenalina porque han salido así, temerarios de nacimiento. No. Hablo de quienes sin tener ninguna necesidad ni obligación, y arriesgándose a ser estigmatizados, hablan en voz alta de lo que seguramente la mayoría de nosotros preferiría ocultar.

Javi Martín es aquel chico morenito, tan sonriente siempre, que formó parte del primer elenco de reporteros del programa Caiga quien caiga. Actor de cine, teatro y televisión con cuatro obras simultáneas en cartel en estos momentos, ¿qué necesidad tenía de contar que padece un trastorno bipolar y que hace nueve años estuvo a punto de suicidarse?. Ninguna. Sin embargo él ha optado por decirlo sin ningún tipo de complejo y utilizarlo para visibilizar un problema del que solo nos preocupamos cuando nos toca de cerca.

Los trastornos mentales, la depresión, la esquizofrenia, la bipolaridad que un día te hace volar por encima del arco iris y al siguiente te hunde en una fosa séptica siguen siendo motivo de rechazo, de exclusión y de vergüenza incluso cuando están bajo control médico. Nos da miedo tener cerca a alguien cuyo comportamiento puede fluctuar alejándose de la normalidad, como si los que en teoría tenemos una mente sana no actuásemos a veces como auténticos dementes.

Es verdad que ejemplos como el de Noelia de Mingo no contribuyen precisamente a la integración de estas personas, pero es que, como en todo, hay casos y casos. Son los especialistas los que deben evaluar quién y quién no está preparado para convivir en sociedad, y son ellos y no los jueces, los que tendrían que determinar el grado de peligrosidad de una persona que ya ha demostrado ser un peligro público.

"Ahora soy feliz y si me noto que me viene la bajona, me vuelvo al médico"

Frente a historiales tremendos como el de esta señora de la que ya dijeron los expertos que a la mínima reincidiría, como así ha sido, y que son los menos, están los “Javis Martín” conscientes de su problema, que no dudan en arriesgarlo todo por pura generosidad para con quienes están en su mismo caso; para que sepan que se puede alcanzar el éxito profesional, llevar una vida en pareja y tener un presente y un futuro con independencia de los desequilibrios químicos de su cerebro; para que no se sientan solos, para que se enteren de que no son una excepción, ni una lacra, ni unos asesinos en potencia; para que se pongan en manos de quienes les puedan ayudar, porque si lo hacen se van a desprender de un sufrimiento que afortunadamente hoy en día tiene solución; para que sepan, en definitiva, que la esperanza es algo más que una palabra bonita.

Me gustan las personas como Javi Martín, que te dicen hola con una sonrisa; que no solo no rehuyen el tema sino que te agradecen que les permitas hablar de su trastorno aunque la entrevista se haya cerrado para promocionar su último trabajo, y que se ponen como ejemplo – "Ahora soy feliz y si me noto que me viene la bajona, me vuelvo al médico"– después de haberlo pasado tan mal como para estar a punto de tirarse por un balcón. Me gustan y me admiran porque creo, sinceramente, que yo sería mucho más cobarde.

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