La dura lección internacional que deben aprender Europa y España
Mientras España queda atrapada en conflictos locales estériles, el mundo se mueve y minusvalora el club del que formamos parte, una Europa sin capacidad de reacción.
La inédita crispación de Francia con Estados Unidos y Australia, saldada ya con la retirada de los embajadores galos de Washington y Canberra, es mucho más que un conflicto pasajero por la venta fallida de unos submarinos ya apalabrados.
El desprecio de la Casa Blanca al Elíseo en una operación comercial que tenían cerrada es el indicio de un problema geopolítico de enorme envergadura que excede, con mucho, de un varapalo económico, con ser éste inmenso por su cuantía y sus protagonistas.
El mundo asiste en directo a una reformulación de los bloques y alianzas tradicionales y de las estructuras que los soportaban, con un cambio de ejes tradicionales que mantiene a uno de los protagonistas históricos, Estados Unidos, pero tiene un poderosísimo invitado nuevo desde hace años, China, que tal vez sea ya realmente la primera potencia del planeta..
La apuesta americana por los submarinos australianos en detrimento de los franceses es, en realidad, la estruendosa firma de presentar una nueva sociedad en el Índico entre Estados Unidos, Australia y Reino Unido que pretende de algún modo contrarrestar la influencia en la zona de Pekín.
Mientras el mundo cambia y no espera a nadie, España sigue atrapada en conflictos estériles domésticos
Y debe ser incluida en una secuencia más amplia de acontecimientos vividos en los últimos meses que demuestran ese cambio histórico: desde el Brexit británico hasta la salida precipitada de Afganistán o el alineamiento americano con Marruecos en lugar de España en la crisis de Ceuta… todo forma parte del mismo volantazo con el que América quiere resistirle el desafío a China.
En todos esos episodios, el papel de la Unión Europea ha oscilado entre la irrelevancia y la incompetencia. Y el de la OTAN, una organización netamente europea, también. La enseñanza que hay que extraer es que, mientras el mundo cambia y avanza, Europa sigue instalada en una foto fija vetusta que la hace menos importante y menos digna de respeto para sus tradicionales aliados.
La gran crisis triple
Europa ya sufre una crisis económica y otra sanitaria, pero quizá la más grave de todas sea la política: su tendencia a ser un espectador pasivo de los conflictos, cuando no un cómodo oráculo de doctrinas y valores, exige una reacción inmediata. O su irrelevancia se hará endémica.
La crisis también ofrece una dura lección indirecta para España, que sigue atrapada en conflictos territoriales y políticos agotadores y estériles: el mundo no va a esperar a que los resuelva y, para cuando lo haga si acaso lograr hacerlo alguna vez, tal vez haya perdido su sitio.