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Tranquilidad frente al populismo

El populista tiene vocación de partido único, por esa visión excluyente e idealista que conforma su forma discursiva.

Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero

Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero

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El populista no lo es como consecuencia de una ideología, sino por su estilo de hacer política, por su forma de construir discursos. Lo hace moviéndose en un terreno previamente infantilizado, irresponsable y emocional alcanzado tras décadas de hegemonía socialdemócrata. Hoy, el consenso socialdemócrata al que me referí por primera vez en una conferencia impartida en el Instituto Juan de Mariana en el año 2013, ha muerto de éxito.

Como afirma el profesor Drew Westen, el cerebro político es un cerebro emocional. Así, los simpatizantes de partidos populistas, al recibir una noticia que confronta con la virtuosidad de la que presumen sus líderes, activa procesos cerebrales para llegar a conclusiones predeterminadas, desdeñando la contradicción.

De ahí que no pocos simpatizantes de Podemos, por ejemplo, justificaran la compra de la vivienda de Galapagar de Pablo Iglesias. O la ausencia de debate racional en torno al colectivo de menores no acompañados que continuamente hace Vox, cuando la sencilla realidad es que quienes delinquen son las personas, y no las razas, nacionalidades o religiones.

En el populismo, que solo germina en una sociedad enferma y cuyo origen se encuentra en los narodniks rusos del siglo XIX, no existen razones, sino emociones. No hay lógica, sino griterío. Grandes acusaciones vertidas con palabras gruesas que pretenden movilizar emociones negativas como el odio, la ira o el resentimiento. Juan Carlos Monedero lo plasmó por escrito: “lo que no emociona, no moviliza”.

Se trata, en el fondo, de un mesianismo de corte religioso y paternalista que considera menores de edad a las personas. “Yo sé mejor que tú lo que te conviene”. ¿Les suena?

Para el populista, su líder representa todo lo bueno: es la representación del pueblo soñado. Quienes no comparten sus ideas, son considerados antipueblo y reúnen los peores defectos que el hombre puede tener. Si cree ser de izquierdas, sus enemigos son la libertad de mercado, la burguesía, el capital, la democracia liberal o cualquier grupo que se aparte de los colectivos por él bendecidos. Frente a esto, su líder es la voz de los deseos de la gente: “yo sé lo que quieren”. Se trata, en el fondo, de un mesianismo de corte religioso y paternalista que considera menores de edad a las personas. “Yo sé mejor que tú lo que te conviene”. ¿Les suena?

El filósofo alemán Peter Sloterdijk, quien señala que cristianismo, comunismo y fascismo son los principales “bancos de ira” de la Historia al señalar al sufridor del hoy como el vengado del futuro, señaló, en referencia al populismo nacionalista, que éste ha cargado su discurso de ira en el repudio, identificando como antipueblo a quienes impiden el cumplimiento de la unidad de destino en lo universal, que diría Primo de Rivera. De ahí el discurso xenófobo y moralista del populista nacionalista, que promete el regreso a la Gemeinschaft (comunidad) reconstruida desde su visión nostálgica y excluyente. Porque el dirigente populista de derechas no es patriota. Es nacionalista.

El populista tiene vocación de partido único

Mientras que el patriotismo bebe de la mezcolanza, pluralidad y diversidad, véase los EE.UU., el nacionalista es excluyente y busca conformar una sociedad heterogénea a su imagen y semejanza. Para él, el valor dominante es la solidaridad entre los miembros de la comunidad y la exclusión de todo aquél que, según su idealista visión, impida el “proceso histórico”.

El populista tiene vocación de partido único, por esa visión excluyente e idealista que conforma su forma discursiva. De ahí que en lugar de centrarse en mejorar la vida de las personas o en hacer frente al avance del populismo de signo contrario, se centre en tratar de acabar con quien ocupa su espacio electoral. Recuerden: en el populismo no hay razones, solo emociones.

En la actual, tensionada e infantil sociedad de la comunicación es muy fácil dejarse llevar por estas últimas. La opinión ha sustituido al conocimiento. Las redes sociales, especialmente Twitter, se han convertido en vomitorios de ese resentimiento infantil y siempre antiliberal. Porque el resentimiento, como señaló Ludwig von Mises, se encuentra en la raíz del antiliberalismo.

El mayor error que podría cometer un defensor de la democracia liberal con responsabilidades políticas es tratar de competir con el populista en su propio terreno y con su lenguaje

Los populismos, es innegable, están avanzando en todas las sociedades abiertas, debido a que estamos inmersos en un cambio de eje-tiempo de la historia universal. Vivimos, afirma A. Giddens, en “un mundo en fuga”. Lo hemos visto en Hispanoamérica de la mano del denominado “socialismo del siglo XXI” y lo vemos en Europa de la mano de partidos nacionalistas de derechas que han surgido en Francia, Austria o en antiguos países de la URSS. No es cuestión de ideología. Al populismo se han sumado izquierdas, derechas y también, hay que señalarlo, buena parte del totalitarismo liberal, de clara inspiración lassalliana.

El mayor error que podría cometer un defensor de la democracia liberal con responsabilidades políticas es tratar de competir con el populista en su propio terreno y con su lenguaje. No hay que caer en el griterío, la brocha gorda. Es el tiempo de la reflexión, de la madurez y de los principios. Del conocimiento. Y de la firmeza.

Es algo que Pablo Casado ha señalado el pasado martes en su discurso, tapado por el ruido interesado, cuando afirmó que el Partido Popular que él preside aspira a ser la alternativa “a los populismos y radicalismos a izquierda y derecha”. Porque el populismo, como añadió el líder popular, nunca resuelve problemas, sino que los multiplica. Es lo que señala Isabel Díaz Ayuso cuando afirma que el PP tiene que defender sus principios, lo que cree correcto, sin mirar lo que hacen lo demás. Todo ello, si queremos vivir en libertad. Por eso, es el tiempo de la tranquilidad.

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