Nadal, un símbolo de la España que tantos intentan desmontar
El tenista es mucho más que el mejor deportista de todos los tiempos. También es un símbolo de una España que se resiste a doblegarse a los desprecios que a menudo nacen dentro del país.
Rafael acaba de lograr en Australia su Grand Slam número 21, lo que le convierte en el tenista con más títulos de primera línea de la historia, por encima de dos leyendas como Federer y Djokovic.
Pero su triunfo es algo más: con 35 años, lesiones que han estado a punto de retirarle y tras un partido de 5 horas y 24 minutos; el español puede sentirse tal vez el mejor deportista de todos los tiempos en cualquier modalidad.
Ni Michael Phelps en natación ni Tiger Woods en golf ni Valentino Rossi en motociclismo ni Michael Jordan en baloncesto o Pelé en fútbol, por citar algunas de las glorias más incontestables; han logrado el expediente de un deportista único que puede mirar desde arriba al resto con los números en la mano.
Pero además de sus méritos deportivos, Nadal tiene dos virtudes poco frecuentes: una capacidad de sacrificio edificante y una humildad personal aleccionadora. A todo eso le añade una virtud, en clave española, muy destacable: siempre defiende a su país; siempre ganara para su país y siempre presume de su país.
Rafa Nadal, un gran campeón, es un ejemplo y un modelo para España. Y un mensaje involuntario pero muy contundente para sus detractores
Algo que debería ser muy normal pero que, en estos tiempos, resulta casi revolucionario y le ha provocado polémicas políticas absurdas pero muy definitorias de la política que se sufre en España, antiespañola incluso desde el propio Gobierno.
Ejemplo para España
No se trata de politizar el deporte; sino todo lo contrario: de advertir de cómo algo tan normal como sentir España, que es el caso de Nadal, se ha convertido en algo ofensivo para quienes defienden un modelo de país alejado de sus símbolos, sus tradiciones, sus referencias e incluso sus instituciones.
Rafa Nadal, un gran campeón, es un ejemplo y un modelo para España. Y un mensaje involuntario pero muy contundente para sus detractores: sus éxitos y la conexión que logra con la ciudadanía son el mejor ejemplo de la fortaleza de un país que demasiado a menudo tiene a sus peores enemigos dentro.