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Abriendo regalos

La semilla del odio ha brotado, y en Cataluña, paraíso terrenal y arcadia feliz de la futura república, empieza a surgir una juventud que cree que el libro que más ilumina es el que arde.

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Se han echado las manos a la cabeza, indignados. Cómo nos pueden estar haciendo esto a nosotros, por dios, que somos de izquierdas. Los descerebrados, en una librería. Me cachis en la mar, no lo pudimos ver venir.

Otra de esas cosas que no se podían saber. Lo de la alegre algarabía de muchachada obligando con actos vandálicos, entre dicterios y berridos, a cerrar una librería en la Rambla de Catalunya, donde se presentaba un libro que, por lo visto, les fundía los plomos del sectarismo absurdo.

Un libro (Nadie nace en un cuerpo equivocado) por cierto, que es didáctico, profesional, riguroso y de muy recomendable lectura, que intenta arrojar algo de luz en el oscuro lodazal de las ramificaciones de la ideología de género y la ideología queer, esas moderneces para gilipollas donde tantos han encontrado su filón con ánimo de lucro, a base de llenar la cabeza y desgüazar el cerebro con propaganda a los más vulnerables.

Lo de los lamentos de los que sacan pedigrí de izquierdas (“algunos lo somos desde hace 40 años”, clamaba una desconsolada) sería gracioso si no fuera tan trágico. Piensan que es un fenómeno espontáneo, que esos jóvenes desquiciados con grandes dosis de insana ideología han brotado de la nada, y se dedican a reventar presentaciones de libros porque lo decidieron de manera casual cinco minutos antes.

Pero ahí estuvo siempre esa izquierda, al menos la catalana, de compadreo con los de la identidad nacional y las banderas esteladas, o callando como meretrices cuando arremetían con aquel “que vienen los fachas”, y resultaba que los fachas eran Albert Boadella, Juan Marsé o Fernando Savater. Nunca una palabra más alta que otra, no fueran a molestar a los jefes del tinglado; o sus amistades, esos progres biempensantes, los fueran a confundir con la carcunda rojigualda.

Así ocurrió por esas tierras, con tanto fantasma que llega de otras partes de España y a los dos meses ya se sube al carro de la lucha por el poble català, sin percatarse que está haciendo el juego sucio a las élites locales de extrema derecha, pero todo les importa un comino, claro, pues no ven incongruencia alguna en que compartan trinchera Puigdemont y Valtonyc, Artur Mas y Alejandro Fernández, el de la chancleta.

Esos mismos pijoprogres de la Cataluña bien se extrañan de que los nuevos “antifascistas” sean jóvenes educados en el odio y la violencia, extremadamente fanatizados, con poco bagaje cultural y menos intelecto, analfabetos y dogmáticos

Han colaborado, por complicidad u omisión, en generar una comunidad irrespirable, mientras el nacionalismo tenía las simpatías de la progresía autonómica, tan sofisticada como lerda. Una región tensada innecesariamente por la cobardía y los complejos, donde algunos bobos insignes se preocupaban más de boxear contra espectros de la malvada España centralista que de darse cuenta lo que estaba creciendo bajo el cogote y amparo del clan criminal Pujol.

Y ahora, esos mismos pijoprogres de la Cataluña bien se extrañan de que los nuevos “antifascistas” sean jóvenes educados en el odio y la violencia, extremadamente fanatizados, con poco bagaje cultural y menos intelecto, analfabetos y dogmáticos.

Una horda que desprecia todo lo que ignora, y como es enorme su ignorancia, pues el desprecio se transmite en contenedores ardiendo, sillas volando, pedrada a mala idea y a enganchar al que pillen, transeúnte o librero, siempre sintiéndose impunes para abrirle la crisma a algún infeliz, ya que, amparados en la masa, casi nunca rinden cuentas antes las autoridades competentes (je,je).

Por eso los izquierdistas de la librería se han preocupado siempre de no meterse en jardines, y llegar en razonable estado de salud (una pedrada en la frente estropea mucho el físico) a las reuniones del PSC.

La semilla del odio ha brotado, y en Cataluña, paraíso terrenal y arcadia feliz de la futura república, empieza a surgir una juventud que cree que el libro que más ilumina es el que arde

Pero crearon el ambiente político adecuado para que esos cabestros de la puerta no comprendan lo que significa el pluralismo de ideas o la libertad de expresión, y que todo lo que se salga de su estrecho marco de creencias y férreos postulados debe ser erradicado, de forma salvaje si es preciso.

Dejaron medrar a una izquierda secuaz del nacionalismo porque les interesaba la suavidad y las buenas maneras con quienes compartían enemigo común: eso que llaman derecha neoliberal y, claro, el fascismo, omnipresente y amenazador. Mientras perseguían espantajos que sólo estaban en las consignas del agitprop, iba evolucionando ese otro totalitarismo, real, palmario, que les iba a estallar en la cara, o en la entrada de una librería.

Y ahora, claro, resulta que la semilla del odio ha brotado, y en Cataluña, paraíso terrenal y arcadia feliz de la futura república, empieza a surgir una juventud que cree que el libro que más ilumina es el que arde. Y se quedan estupefactos. Pero eso es lo que han estado pidiendo, señores y señoras, ese ojo que tiene el pájaro en el pico es suyo, pero el cuervo también.

Lo han alimentado con su estupidez y su demagogia. Han comprado “alertas antifascistas” y despreciado a aquellos que intentaron poner pie en pared frente a las ideas supremacistas. Rivera era esto, Arrimadas era lo de más allá. Risas con infame choteo, revistas satíricas, conciencia social, tertulias en cafés, centro centrado: ni Stalin ni Casado.

Y ahora les viene esto. Cómo nos ha podido pasar, se preguntan, pasmados. Los buenos muchachos de la Cataluña próspera convertidos en animales de bellota que nos quieren moler a palos por estar en la presentación de una publicación. Y yo digo que llevan pidiéndolo toda la vida. Y cuando se piden cositas y al final llegan, los regalos hay que abrirlos. Y a disfrutar.