Más pobres que nunca
El caos económico ya es masivo y no se le adivina fin, por mucho que el Gobierno se dedique mientras a la autopromoción de Sánchez y a negar la realidad que padece toda España.
Mientras Pedro Sánchez se daba un festín de propaganda personal con la Cumbre de la OTAN en Madrid, tan positiva para Occidente como discreta para los estrictos intereses nacionales, España se sumergía en la oscuridad de la inflación con un terrible dato sin precedentes desde hace 40 años y llegaba al 10.2%.
De cada 1.000 euros que tenga un ciudadano, por retribución o de ahorro, los sobreprecios le han quitado 102, un empobrecimiento galopante y dramático para el que no se divisa fin: los expertos no descartan ya que alcancemos incluso el 12% y que se mantenga en torno al 7% todo lo que resta de año y el próximo también.
A esa asfixia hay que añadirle la subida de tipos de interés, ya visible en las hipotecas variables, y que será progresiva de aquí a la Navidad, probablemente, hasta elevarse un punto: que coincidan ambos fenómenos en esa tormenta económica perfecta llamada estanflación, presagia nubarrones muy espesos para la economía española, para las familias y para sus empresas.
Que todas las previsiones del Gobierno se hayan desplomado con estrépito debería ser suficiente para que Sánchez diera una explicación y procediera a una rectificación, que no existe si se limita a improvisar medidas ajenas a costa de ampliar el déficit público y demorar la adopción de medidas estructurales, más dolorosas cuanto más tarden en aplicarse.
Que se ajuste el Gobierno
Un buen comienzo, siquiera simbólico, sería comenzar por apretarse el cinturón en la llamada "industria política" y en el conjunto de la Administración Pública, que derrocha ingentes cantidades del presupuesto en nombre de servicios esenciales como la Sanidad o la Educación que acaban, en realidad, en sostener un sector improductivo deudor de peajes políticos y sindicales.
Porque si es grave el empobrecimiento y agudo de la sociedad española, que ya es masivo y no ha terminado, resulta escandaloso que los únicos que se salven de la quema y renuncien a apretarse del cinturón sean los responsables, cuando no culpables, del tétrico paisaje que nos rodea.