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Un plan para cuando España deje de arder

No basta con achacar la ola de incendios al calentamiento global. La gestión del medio rural y natural exige medidas estructurales de parte de todas las Administraciones. Y sin demora.

Un plan para cuando España deje de arder

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Tras una primavera en la que se han registrado temperaturas excepcionalmente altas, la Península Ibérica está sufriendo la segunda ola de calor del verano y todo apunta a que no será la última. Esta situación excepcional se ha traducido en una oleada más de 40 incendios y dos fallecidos y decenas de heridos hasta el momento, así como la movilización del 70% de los dispositivos de emergencia y los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias.

Desde enero se han quemado cerca de 200.000 hectáreas en nuestro país, siete veces más que la media histórica, y todavía quedan dos meses de verano por delante, lo que sin duda arrojará un balance devastador jamás conocido. Si después de ello no se toman medidas a fondo y a largo plazo, además de imperdonable, resultará absolutamente suicida.

A las condiciones meteorológicas extremas hay que sumar factores estructurales que están incrementando el riesgo y las consecuencias de los incendios. El aumento de las temperaturas hace que un bosque sobrecargado de masa forestal experimente un estrés hídrico adicional que lo hace más vulnerable. Y es que muchos bosques acumulan todavía restos secos de la tormenta Filomena de 2021 que nadie ha limpiado. Asimismo, la masa forestal aumenta en extensiones continuas cada vez más amplias que nadie gestiona y el abandono de campos de cultivo ha suprimido los cortafuegos naturales.

No por repetida en exceso es menos cierta la frase de que los incendios se apagan en invierno. Y ha llegado de acometer un cambio en firme en la gestión del medio rural y natal que permita adaptarse mejor a la nueva realidad que el calentamiento global impone

Allí donde se conserva la estructura agrícola tradicional, la trama de de cultivos impide que el fuego se propague. Y lo mismo sucede con las explotaciones ganaderas que durante muchas generaciones han mantenido limpias grandes superficies de sotobosque, monte y dehesa. Dos de los efectos secundarios más dolorosos del abandono y el olvido de la conocida como España vaciada, que hace resonar con desesperación su voz en estas horas dramáticas.

Los incendios se apagan en invierno

No se puede achacar la situación que vivimos, por consiguiente, a los rigores del calentamiento global en exclusiva, como machaconamente insiste en su argumentario el Gobierno central en los últimos días. Y tampoco sirve comprometerse a afrontar un incremento en las inversiones de los servicios de extinción de incendios, que habrá de acometerse de todos modos.

No por repetida en exceso es menos cierta la frase de que los incendios se apagan en invierno. Y ha llegado el momento de acometer un cambio en firme en la gestión del medio rural y natural que permita adaptarse mejor a la nueva realidad que el cambio climático impone. Y en esta labor todas las Administraciones, fuerzas políticas y colectivos sociales tendrán que arrimar el hombro, sin rodeos, excusas y sectarismos. Y todo ello, por desgracia, después de que España arda.