Sánchez I el Modesto
Para el populista existen el pueblo virtuoso, que Sánchez I el Modesto, representaría, y el no-pueblo, que reúne los peores defectos.
Pedro Sánchez se ha retratado solito. El debate que tuvo el otro día con Alberto Núñez Feijóo, líder del Partido Popular, puso, en primer lugar, de manifiesto la falta de ideas del Partido Sanchista, dedicado casi en exclusiva al culto a su actual líder. Algo típico del populismo autoritario que representa el actual presidente del gobierno, a quien cada día que pasa se le pone mayor cara de Pablo Iglesias Turrión. El de la coleta.
El populismo no es una ideología, sino un estilo de hacer política, de imagen, de liderazgo, de construcción de discursos. Se dirige siempre a los más, por mor de la socialdemocracia, infantilizados de la sociedad. En el populismo no existen razones, sino emociones (negativas). Como el rencor que genera ira y resentimiento. De ahí la apelación continúa de Sánchez a la descalificación de sus adversarios.
Sánchez parecía más estar en una taberna que en las Cortes. Sus reiterados insultos a Núñez Feijóo lo situaron como lo que ya casi es: un líder de la oposición insolvente. Como buen populista, sus palabras oscilaron entre las grandes acusaciones justificadas mediante conspiranoias (el líder popular sería, en el imaginario sanchista, un títere de oscuros poderes formado por señores que fuman puros en cenáculos madrileños) y las soluciones voluntariosas pero ineficaces.
Sánchez ofrece, como se puso de manifiesto durante el debate al osar el presidente presumir de la economía, que todos sabemos que va fatal, una sociedad utópica. Para el populista existen el pueblo virtuoso, que Sánchez I el Modesto, representaría, y el no-pueblo, que reúne los peores defectos. Este último está, por supuesto, encabezado por la oposición parlamentaria.
Para Sánchez cualquiera que no siga sus ocurrencias reúne los defectos más despreciados por la sociedad común: la usura, la corrupción, la insolidaridad, el egoísmo… El objetivo de este no-pueblo sería la acumulación de riqueza a través de las reglas del capitalismo (que Yolanda Díaz, la que propone topar los precios de la cesta de la compra como en Cuba, desprecia). Unas reglas que, según el viajero en Falcon, serían reglas injustas.
Según la visión sanchista los ciudadanos deben de actuar a favor del interés del pueblo (o sea, de Sánchez). En caso contrario, deben de atenerse a las consecuencias.
La concepción de la voluntad nacional de Sánchez, aunque él lo ignore, es roussoniana y jacobina, situando así al Estado, una máquina artificial, sobre el individuo. Algo incompatible con la libertad. Según la visión sanchista los ciudadanos deben de actuar a favor del interés del pueblo (o sea, de Sánchez). En caso contrario, deben de atenerse a las consecuencias. La legitimidad del Estado, por su parte, descansa en que sea un Estado social, es decir, que establezca el progreso colectivo como condición del progreso individual.
De ahí la profusión legislativa, la intromisión en el ámbito privado de las personas y la obsesión de este gobierno de decirnos cómo debemos de vivir y, mediante la enseñanza, qué debemos de pensar. Así, para el sanchismo la responsabilidad pasa del individuo al Estado y éste se legitima por el cumplimiento de fines socialdemócratas, argumentados siempre de forma sentimental, emocional.
El resentimiento del narcisista cuando se cree ignorado -que es casi siempre dada la concepción grandiosa que tiene de sí mismo-, es el que lleva al sanchismo a querer liquidar la democracia liberal.
El discurso de Sánchez, por otra parte, estaba lleno de ira en el sentido que le da el filósofo alemán Peter Sloterdijk. Una ira que señala al sufridor presente como el vengado del futuro. Se trata de una mezcla de idealismo y resentimiento, base del antiliberalismo, y que surcó Occidente desde la Revolución Francesa hasta el leninismo. Es ese resentimiento, el del narcisista cuando se cree ignorado -que es casi siempre dada la concepción grandiosa que tiene de sí mismo-, el que lleva al sanchismo a querer liquidar la democracia liberal. Algo que se está visualizando estos días en su intento de asaltar el Poder Judicial. O en los acuerdos con Bildu, el brazo político de la banda terrorista ETA por medio de Sortu.
Para el sanchismo nuestra democracia ha encumbrado a unas élites (las que fuman puros) que impiden formar una comunidad política y social justa e igualitaria. De ahí toda la acción política del populista Sánchez desde que accediera al poder mediante una moción de censura basada en una mentira. De ahí su intento de controlar todas las instituciones, a las que sistemáticamente desprestigia ante la opinión pública, el intento de domeñar la Justicia o su desprecio al parlamento e incluso a la Monarquía, que antaño tenía como gran partido al PSOE de Felipe González. Un PSOE que ya no existe.