Ya está bien de que todo sea ultraderechista
La izquierda no puede seguir escondiendo su fracaso para dar respuesta a problemas severos tildando de fascista a todo aquel que sí intente resolverlos.
La contundente victoria de Giorgia Meloni en Italia ha sacudido el mapa político europeo, aunque no tiene nada de sorprendente: desde hace años, fuerzas similares a "Hermanos de Italia" han llegado al poder en países como Polonia o Hungría y son muy relevantes en Francia, Suecia, el Reino Unido o la propia España.
Incluso éxitos como el de Donald Trump o fenómenos como el Brexit británico nacen de la misma inspiración ideológica, calificada de "ultraderechista" por la progresía oficial para esconder su incapacidad a la hora de encontrar respuestas a su auge.
La realidad es que ni Italia ni Europa, ni desde luego España, se han llenado de repente de ultraderechistas: el voto popular y humilde a esas candidaturas evidencia un origen humilde de una parte nada desdeñable de sus apoyo, y apunta a las razones de su crecimiento.
Que son, básicamente, la apuesta por partidos y dirigentes que no tienen miedo a intentar contestar a las preguntas e inquietudes que se hacen y sienten los ciudadanos: la inseguridad en las calles, la inmigración irregular, la incipiente pobreza e, incluso, la desaparición de valores y sentimientos definidos por la familia y la Nación.
Preguntas sin respuesta
Mientras la política de siempre no responda a esos fenómenos y, en su lugar, se dedique a imponer una agenda ideológica repleta de sectarismo y alejada de las necesidades sociales, Meloni y otros como ella seguirán subiendo.
Porque tal vez todos ellos se equivoquen al buscar las respuestas, pero asumen las preguntas y las contestan mientras tantos otros se dedican a hablar de sororidad desde un fundamentalismo político que no frena, además, la crisis global que sufre Europa.