Desmontando la campaña electoral de Sánchez: derroche de pólvora sin fondo real
El líder socialista intenta convencer de su valía a golpe subvenciones, rebajas y gasto público para regalar los oídos de los españoles mientras se pone una venda en los ojos con su gestión.
Hoy en día ningún político gana unas elecciones prometiendo recortes y sacrificios. Cualquier equipo de campaña sabe que deberá cortejar a sus potenciales votantes mediante promesas electorales "en positivo". No es algo nuevo. La promesa electoral ayuda a alimentar el debate público, moviliza a los fieles, refuerza al candidato e indirectamente transmite valores al elector.
Los discursos de campaña siguen un patrón clásico que consiste en exponer un problema que interese sacar a la palestra; se detallan -la mayoría de las veces exageradamente- los males que genera; y, finalmente, se desvela el remedio: votar al candidato para que lo arregle. Pasar de la mera propuesta de solución a la promesa es una poderosa muestra de la determinación del candidato a terminar con el problema que acaba de describir. Y si uno quiere darle un extra de potencia comunicativa, añade una cifra en euros.
Es el momento en el que el político acelera el ritmo del discurso, eleva el tono progresivamente, el auditorio explota en aplausos y se agitan frenéticamente banderitas bicolor para reafirmar la figura del líder. Todo el auditorio entra en una especie de éxtasis porque por fin alguien está decidido a acabar con el problema del día. El objetivo es que ese tema, ese “problema”, esté en el centro del “foco mediático” y que tus contrincantes pierdan la iniciativa del debate público.
Sánchez utiliza la chequera de los españoles para su campaña
Si eres presidente del Gobierno de España, juegas con ventaja porque se presupone un mayor conocimiento del tema, al fin y al cabo, eres el que maneja el presupuesto. En definitiva, sabe de lo que habla, ¿no? Los procesos electorales son una carrera a contrarreloj en la que los candidatos deben diferenciarse de los demás en tiempo récord. Será esa diferenciación la que termine por decantar a los indecisos y movilizará a los convencidos.
Sin embargo, Pedro Sánchez, que pasa por ser el evaluado en estas elecciones, está traspasando los límites de lo grotesco anunciando innumerables promesas -“de nicho”, dicen los expertos- que pasan siempre por utilizar la chequera de todos para obtener votos. No existe en el líder del Ejecutivo un discurso ideológico más allá de la interminable lista de descalificaciones a la derecha, ni una revisión de los más de tres años de acción de gobierno, ni un relato sobre retos futuros y su planificación.
La campaña de Pedro Sánchez abusa de las promesas electorales sin más fondo que el erario público que las sustenta -más de 25.000 millones-, de momento con el convencimiento de que los votantes ni echan cuentas ni harán memoria. Ni siquiera considera necesario que sus discursos identifiquen y analicen un problema concreto. Sánchez tira de dádivas sin límite ni contexto.
Un Presidente que sistemáticamente elude hablar de su propio Gobierno, que intenta convencer de su valía a golpe subvenciones, rebajas y gasto público para regalar los oídos de los españoles ha terminado por transmitir una imagen errática, de improvisación y poco centrada. Pero al fin y al cabo a él le da igual: ni es candidato ni es su dinero.